EL P. JUAN GONZÁLEZ-ARINTERO,
DOMINICO, MAESTRO DE VIDA ESPIRITUAL Y VIDA EJEMPLAR, HIJO FIDELÍSIMO Y
ENAMORADO DE LA IGLESIA
(1860-1928)
por Teresa B. Vila
En un pequeño pueblecito leonés rodeado de montañas, en Lugueros, el día de san Juan Bautista de 1860, el Señor bendijo el hogar cristiano de Gervasio y Manuela concediéndoles el séptimo de sus hijos. A los tres días, 27 de junio, recibe el niño las aguas bautismales y le imponen el nombre de Juan. Allí va creciendo y hace la vida normal de todos los niños de la región. A los 6 años recibe el sacramento de la Confirmación. A los 10 años manifestó deseos de estudiar y a los 12 se trasladó a Boñar para poner en práctica aquellas primeras ilusiones de estudiante. Aunque en la preceptoría no se destacó por nada especial, a no ser por su buena conducta, comenzó a germinar en él la semilla de la vocación.
A los 15 años, el 14 de julio de 1875, sale del pueblo para ingresar en el
monasterio de San Juan Bautista de Corias, en Asturias, de la orden de santo
Domingo. Por el diario del niño sabemos que "su madre quedó llorando a
voces, que él no lloró, y que al llegar a Corias llovía mucho". A los
dos meses de postulantado, viste el hábito religioso y lo tenemos ya convertido
en novicio. Hizo su noviciado muy en serio aunque era casi un niño. Fue como
una planta tierna en la que ya se dibujaba un anhelo de ascensión. A últimos
de agosto de 1876 entra en Ejercicios para preparar su profesión. Ya profeso,
sin dejar su vida de piedad, comenzó la vida de estudio. Lo primero que hizo
fue, según sus apuntes, buscar patronos para las asignaturas, dando un sentido
sobrenatural a sus esfuerzos. El 20 de septiembre de 1879 hizo su profesión
solemne. Unos días después escribe a sus hermanos: "El 20 de septiembre,
gracias a Dios, hice mi profesión solemne, dando en ella, por medio de los tres
sagrados votos, el último adiós al mundo y a todo cuanto hay en él. Y no
creáis que sea una cosa que nos llena de tristeza. No, porque, ¿qué cosa más
alegre y consolatoria que el voto de pobreza, por el cual nos vemos en la feliz
necesidad de dejar los bienes terrenos que son tan engañosos y perecederos, y
no tener otros a que aspirar que sólo los verdaderos que son los eternos? ¿Y
qué diré de los otros dos votos? Sólo bendeciré al Señor porque me hizo el
inmenso beneficio de traerme al estado religioso... Estoy, por tanto, lleno de
alegría al verme en este estado tan dichoso..."
A primeros de agosto de 1881, le faltaba al padre Juan un año de Teología para
terminar sus estudios eclesiásticos. La orden dominicana tiene en aquellos
momentos falta de padres jóvenes con título académico, que puedan sustituir a
los ancianos que regentan sus colegios. De ahí que fray Juan Arintero, tan
inteligente y estudioso, sea trasladado a Salamanca para que, en su célebre
universidad, comience la carrera de Ciencias. Además, en particular, deberá
estudiar el año que le falta de Teología.
En la Universidad salmantina impera entonces una atmósfera laicista
irrespirable, contagio de los malos aires que corren por Europa. Harnach con su
Historia de los dogmas, Renán con su Vida de Jesús, Darwin con La evolución
de las especies, son los ídolos que deslumbran a los que quieren pasar por
cultos. Pero fray Arintero, con su hábito de santo Domingo, observa y calla.
Entre aquellos aprendices de ateísmo, él trabaja al servicio de la causa de
Dios y de la Iglesia. A los 23 años recibe la ordenación sacerdotal, y el 29
de septiembre de 1883, celebra con gran fervor su primera Misa en Salamanca.
En 1886, después de cinco años de intensos estudios, termina con brillantes
calificaciones la carrera universitaria de Ciencias físico-químicas. En
septiembre del mismo año llega a Vergara, Guipúzcoa, como profesor de
Matemáticas; después dará clases de Física, Química e Historia Natural.
¡Cuánto goza el padre Arintero en el Museo de Historia Natural, en sus
excursiones científicas buscando minerales, seleccionando plantas, cazando
animalillos! Y en torno suyo cunde el entusiasmo entre los alumnos, pues el
padre siempre y en todas partes supo crear una atmósfera entusiasmadora.
Ninguno lo igualaba en ser despertador de interés e inductor de energías.
Entonces es el científico, pero la ciencia utilizada al servicio de Dios le
hace ver que la razón ha de ser auxiliar de la fe, lo que le lleva a ser
apologista. Por eso empieza a preparar sus libros de Teodicea, que publicará en
Valladolid en 1904, y sueña con cristianizar y espiritualizar el término que
entonces estaba de moda: evolución. "Para esto -afirmaba- me han de servir
los estudios: para defender nuestra religión de tantos ataques y errores
pseudocientíficos".
A los seis años de su cátedra en Vergara, es trasladado a Corias para explicar
a los religiosos que acaban de emitir su profesión las mismas materias que
había enseñado a los seglares. Otros seis años pasa en Corias. En aquel
tiempo, el padre Juan era el sacerdote español más competente en Física,
Química, Historia Natural, Biología, Astronomía, etc. Pero de lo visible y
sensible supo elevarse a lo invisible y espiritual.
En 1898, en pleno apogeo de su dedicación científica, es trasladado de
nuevo a Salamanca. La obediencia -mensajera de Dios- lo introduce con rápido
viaje, desde las montañas del Norte a la meseta castellana, desde lo sensible a
lo espiritual, de la Física a la "Superfísica". Allí explicará
Apologética y Eclesiología, y además de preparar a conciencia las dos clases,
le quedará tiempo para comenzar a escribir más de cuatro voluminosas obras. En
1900 es trasladado a Valladolid, donde funda un centro de ampliación de
estudios teológicos. Pero el camino del padre Arintero no había llegado aún a
su cenit. Por eso declaró a un religioso que allí le acompañaba: "En
Vergara, mis discípulos de Historia Natural me llamaban fray Juan de los
pájaros, por los muchos que disequé. En cambio, cuando recientemente fui al
Capítulo, ni siquiera subí al gabinete a visitarlos. Aquel libro me hizo ver
horizontes tan grandes y tan desconocidos u olvidados que me dije: y ante esto,
¿voy a seguir yo con mis pájaros?".
En 1903 es reclamado por la Junta de Estudios de San Esteban de Salamanca.
Ahora, además de Apologética y Eclesiología, explicará Sagrada Escritura.
Por dentro del profesor va el fraile fervoroso de siempre, cuidadoso de su alma,
que va dejando en cada rincón de la casa ejemplos edificantes y la sonrisa de
un alma mística. Sus días son una alternativa de oración y estudio, pues
estudio y oración fueron las dos notas constantes en el único acorde de su
vida.
En 1908 le es otorgado el supremo grado académico de Maestro en Sagrada Teología. Pero esto no era para él estímulo de vanidad, sino acicate de apostolado más hondo e intenso, y así, aquel mismo año publica su obra cumbre, que será, en frase del jesuita padre Rubio, "asombro de su siglo": La evolución mística. En esta obra expone la teoría general del proceso de la gracia en las almas, desde que la semilla sobrenatural es un grano de mostaza, hasta que se convierte en árbol frondoso. La evolución mística ha hecho bien no a una sola alma, como aspiraba el autor en su prólogo, sino a muchísimas almas que la han tomado como alimento de su vida espiritual. Y estamos convencidos de que el primer beneficiario fue el propio autor, que si comenzó siendo "canal" -según frase de san Bernardo- se convirtió pronto en hermosa "concha".
En 1909 es nombrado catedrático en el Colegio Angélico que los Dominicos
acababan de fundar en Roma. Había publicado algunos tomos de su obra
Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia; de ahí que su cátedra fuera la de
Ecclesia. Pero también allí, en medio de las labores docentes, da la primacía
a lo espiritual. Su gran amigo, el padre Garrigou-Lagrange, escribe de él:
"Admiraba yo su gran piedad, cómo su alma estaba unida a Dios por la
oración, cual extraña a este mundo. Muy raras veces he hallado un alma tan
contemplativa, tan unida a Dios, tan resignada en toda suerte de pruebas, que
verdaderamente no le han faltado. Era muy bondadoso, muy caritativo con todos,
amigo de la pobreza y de los pobres... Era verdaderamente un hombre de Dios en
toda la fuerza de la palabra".
Y las pruebas no faltaron. Al cabo de un año se vio privado de la cátedra
porque personas influyentes en Roma lo acusaron de "profesor
peligroso", tocado de "modernismo". Empieza para él un duro
Calvario que seguirá en los años inmediatos. En 1911 lo hallamos de nuevo en
Salamanca, donde permanecerá hasta su muerte. Después de acerbas y duras
críticas a su obra, el Santo Oficio examinó atentamente sus escritos, llegando
a la conclusión de que la doctrina expuesta por el padre Arintero no era
perjudicial a las almas, sino todo lo contrario, muy beneficiosa para la
Iglesia. En 1912 es nombrado profesor de Exégesis, y hasta 1918 ejercerá sus
últimos seis años de profesorado. Cautiva a sus alumnos por el calor que pone
en cuanto dice.
El despertar de su afición a director de almas tuvo lugar cuando alguien puso en sus manos el libro Psychologie des saints, de M. Joly. Fue la iniciación teórica. Pero el fogonazo deslumbrante que dio vida a aquella teoría fue el encuentro con sor Pilar Fernández Berdasco, novicia de las Dominicas de Cangas de Narcea, Asturias, convento del que el padre Arintero fue nombrado confesor ordinario a poco de ir a Corias. Aquella monjita que volaba por los caminos de Dios obligó al padre a estudiar Mística, a formarse en la ciencia de los santos. Tanto en Valladolid como en Roma, como por fin en Salamanca, halló siempre almas privilegiadas a las que ayudó en los caminos del espíritu. Hombre de mucha oración, de mucho Espíritu Santo, amaba a las almas, y el Señor le favorecía con el don de discreción de espíritus. Sor María Reina de los Apóstoles (reparadora), sor María Magdalena de Jesús Sacramentado (pasionista), etc., etc., son verdaderas joyas que Dios le entregó para que, como orfebre de su confianza, las puliera y abrillantara espiritualmente. En sintonía con san Bernardo, san Buenaventura, san Luis María Grignion de Montfort, les enseña a ir a Jesús por María, a quien el padre Juan ama con gran ternura filial. Les dice: "Bien sabemos que hemos de clamar al Señor y buscarle por medio de aquella tan fina amante suya que de tal modo halló gracia en su presencia, que fue encargada de comunicarlo al mundo y de darlo luego a gozar a las almas. Pues así como Jesús es puerta y camino para ir al Padre, así su Inmaculada Madre lo es para ir a Jesús".
En Francia, en 1919, los padres Garrigou-Lagrange, Lacomme y Bernardot fundadon una revista espiritual: La vie spirituelle. A algunos buenos católicos españoles se les ocurrió que podía traducirse, pero los editores no dieron el permiso. El padre Arintero se decidió entonces a editar una revista mística española. Así podría ampliar su acción apostólica en el tiempo y en el espacio. Superadas muchas dificultades, pudo tener en sus manos el primer número de La vida sobrenatural correspondiente a enero de 1921. En él escribió un hermoso prólogo donde traza el plan general al que debe ajustarse siempre la publicación. Tanto el padre Arintero, su fundador y primer director (1921-1928), como los que le han sucedido en el cargo hasta hoy, han mantenido fielmente esa fisonomía de la revista. Quiso que fuera "exclusivamente dedicada a estudios de mística, tanto especulativa como práctica. Su objeto es enseñar a las almas los caminos de la santidad, los secretos de la unión con Dios, la expansión plena en el florecimiento normal de la vida cristiana en todas sus manifestaciones". Durante los casi ochenta años de pervivencia de la revista, ¡cuánto bien ha hecho a todos sus lectores!
Una de las almas privilegiadas que dirigió el padre Arintero fue la madre María Amparo del Sagrado Corazón, fundadora del monasterio de Clarisas de Cantalapiedra. ¡Cuánto interés, sacrificio y oración empleó el padre para llegar a ver realizado aquel monasterio, hogar de amor a Dios y fragua de almas santas, que había de ser el más numeroso e influyente de la orden en España!
¿Qué se quiere expresar al hablar del Amor Misericordioso? Es el amor de Dios a la criatura caída. La terrible permisión de la caída puso de manifiesto hasta qué extremo llegó la bondad de Dios, el Amor infinito, en los desahogos de su ternura, de su compasión a favor de las criaturas. Extremos que se llaman Cruz, Evangelio, Eucaristía, Corazón. El padre Arintero consideró esta doctrina "evangelio puro", y dedicó todo su tesón a defenderla y propagarla por todos los medios a su alcance.
A principios de febrero de 1928, el padre Arintero prepara el número de La
vida sobrenatural correspondiente a marzo, pero hace ya días que se encuentra
mal. Lo sabe el padre superior, llaman al médico y, a pesar de que el padre
Juan desea seguir trabajando, le ordenan reposo absoluto. Van llegando sus
íntimos discípulos y confidentes a quienes va dando instrucciones, e
inmediatamente se preocupa por lo más importante: su propia alma. El 9 de
febrero pide el viático. Mientras los frailes están en el coro, él ruega a su
fiel colaborador en la administración de la revista "que le prepare"
leyéndole despacio, para saborear sorbo a sorbo, la hojita que él había
editado y difundido: Misterio de amor de la sagrada Comunión.
Al cabo de media hora suena la campanilla, se acerca el Señor... El enfermo
intenta levantarse para adorarle. No se le consiente. Entonces se incorpora y
pide perdón a toda la comunidad. Las lágrimas brotan de los ojos del padre
Arintero y de todos los circunstantes. Así recibe a Jesús Sacramentado.
Después queda en mucha paz. Su fervor continúa siempre creciente como la
ultima llama de un cirio que está próximo a apagarse.
Durante los días siguientes está muy recogido y manifiesta una dulzura
exterior muy acentuada. El día 18 la enfermedad entra en período agudo. El
enfermo es consciente de su fin próximo. El 20 de febrero, hacia las doce,
entra en agonía. En el momento supremo, sus ojos se clavan en el cuadrito del
Amor Misericordioso y recita una vez más, la última, su jaculatoria favorita:
"Padre Santo, por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús,
vuestro muy amado Hijo, y me ofrezco yo mismo en Él, con Él y por Él a todas
sus intenciones y en nombre de todas las criaturas". Un padre que está
junto a su lecho inicia el canto de la Salve. El siervo de Dios se duerme
plácidamente para despertar en el cielo. Su cuerpo es enterrado en el
cementerio de Salamanca, pero el 2 de julio de 1941, sus restos son trasladados
al monasterio de Cantalapiedra, a cuya fundación había colaborado con tanto
celo.
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