MADRE TERESA DE CALCUTA,
FUNDADORA DE LAS MISIONERAS DE LA CARIDAD
por Dom Antonio María, OSB
Diciembre de 1964. El Papa Pablo VI llega a Bombay, donde debe presidir un Congreso eucarístico internacional. Millones de personas se agolpan a lo largo de los veinte kilómetros de recorrido que separan el aeródromo de la ciudad. Todos desean ver y oír "al mayor jefe religioso del mundo". Entre los invitados al Congreso figura la M. Teresa de Calcuta. Pero, al dirigirse al palacio, se cruza con un hombre y una mujer exhaustos, con los rostros llenos de sangre y tan delgados que sólo les queda piel sobre los huesos. La M. Teresa se acerca a ellos e intenta sostenerlos, pero el hombre apenas tiene tiempo de proferir algunas palabras antes de entregar el último suspiro. Sin dudarlo ni un momento, la M. Teresa carga sobre sus hombros a la mujer y la lleva al hogar de los moribundos. Esa mujer exhausta representa a Jesús, al que hay que socorrer con prioridad, incluso a costa de un encuentro tan preciado con el Vicario de Cristo. Cuanto hicisteis a uno de esos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis, dirá Jesús en el juicio final (Mt 25,40).
"Ayudar a todos los hombres"
Gonxha (Inés) Bojaxhiu, la futura M. Teresa, nace el 26 de agosto de 1910 en Skopje, ex Yugoslavia, en el seno de una familia de nacionalidad albanesa profundamente católica. Allá por el año 1928, una gracia procedente de la Santísima Virgen orienta a Gonxha hacia la vida religiosa. Ingresa en Dublín, Irlanda, en la orden de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, cuya Regla se inspira en la espiritualidad de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Gonxha medita sobre el sentido de la vida: "El hombre es creado para alabar, honrar y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma" (Ejercicios espirituales, 23). Su deseo es "ayudar a todos los hombres" (ídem, 146) a que encuentren el camino del cielo.
Gonxha se siente atraída por las misiones. Sus superioras la envían a la India, a Darjeeling, ciudad situada al pie del Himalaya, donde comienza su noviciado el 24 de mayo de 1929. Como quiera que la enseñanza es la principal vocación de las Hermanas de Loreto, Gonxha imparte clases a las niñas, a la vez que estudia ella misma para obtener el título de profesora. El 25 de mayo de 1931, profesa sus votos religiosos y toma el nombre de hermana Teresa, en honor de santa Teresa de Lisieux. En 1935, a fin de que termine sus estudios, la hermana Teresa es destinada al colegio de Calcuta, capital superpoblada e insalubre de Bengala. Allí convivirá con la miseria, pues la población vive, muere y nace en las mismas aceras, sin otro techo más que la parte inferior de un banco, el rincón de una puerta, una carretilla abandonada o unos cuantos periódicos o cartones. Es un lugar donde algunos niños recién nacidos son arrojados al cubo de la basura, a los arroyos, a cualquier parte, y donde los muertos se recogen cada mañana junto a los montones de basura...
El 10 de septiembre de 1946, durante la oración, la hermana Teresa percibe con nitidez una invitación del Señor para que abandone el convento de Loreto y se consagre al servicio de los pobres, viviendo entre ellos. Se lo confía a su superiora, quien la hace esperar con objeto de poner a prueba su obediencia. Al cabo de un año, la Santa Sede la autoriza a vivir fuera de la clausura. El 16 de agosto de 1947, a la edad de treinta y siete años, la hermana Teresa viste por primera vez un sari –vestido tradicional de las mujeres indias– de algodón rústico de color blanco, adornado con un ribete azul, con los colores de la Santísima Virgen María, y en el hombro un pequeño crucifijo negro. En sus desplazamientos, lleva consigo un pequeño maletín con las cosas personales indispensables, pero no dinero. La M. Teresa nunca pidió dinero, y nunca lo poseyó, aunque sus obras y fundaciones exigieron gastos muy costosos. La divina Providencia siempre proveyó.
A partir de 1949 son cada vez más numerosas las jóvenes que acuden a compartir la vida de la M. Teresa, pero ella las pone a prueba durante largo tiempo antes de admitirlas. En otoño de 1950, el Papa Pío XII autoriza oficialmente aquella nueva fundación, denominada Congregación de las Misioneras de la Caridad.
Un lugar para morir "admirablemente"
Durante el invierno de 1952, un día en que va en busca de los pobres, descubre en la calle a una mujer agonizante, demasiado débil para luchar contra las ratas que le roen los dedos de los pies. Tras llevarla al hospital más cercano, donde admiten a la moribunda después de muchas dificultades, la hermana Teresa tiene la idea de pedir a la autoridad municipal un local donde poder recibir a los agonizantes abandonados. Le dejan a su disposición una casa que en otro tiempo había servido de residencia a los peregrinos del templo hindú de Kali la negra, utilizado en ese momento por toda suerte de vagabundos y traficantes, y la hermana Teresa la acepta. Muchos años después, a propósito de los miles de moribundos que pasaron por aquella casa, llegará a decir: "¡Se mueren tan admirablemente con Dios! Hasta el momento no hemos encontrado a nadie que se negara a pedir perdón a Dios o que se negara a decir: Dios mío, te amo",
La M. Teresa carece de ideas preconcebidas acerca de las obras que debe realizar. Se deja más bien guiar por la Providencia y por las necesidades de los pobres. Como ejemplo, el caso de un niño al que encuentra comiendo basura y que se queja del estómago: "–¿Qué has comido esta mañana? –Nada. –¿Y ayer? –Nada.". Dos años más tarde, la M. Teresa instala el Centro de esperanza y de vida para acoger a los niños abandonados. De hecho, los que son conducidos a ese lugar, envueltos entre harapos o incluso con papeles, carecen de toda esperanza de vida aquí en la tierra. Reciben entonces el bautismo y se encaminan derechos al cielo. Muchos de los que vuelven a la vida son adoptados por familias de todos los países.
"Uno de los niños que habíamos acogido fue confiado a una familia muy rica –cuenta la M. Teresa–; era una familia de la alta sociedad que quería adoptar a un niño de corta edad. Algunos meses después, oí decir que aquel niño había contraído una grave enfermedad y que había quedado paralítico. Me dirigí a ver a la familia y les propuse: –Devuélvanme al niño y se lo cambiaré por otro con buena salud. –¡Preferiría la muerte antes que separarme de este niño!, respondió el padre mirándome, con rostro compungido". ¡Qué lección de amor!
La M. Teresa señala: "Lo que más necesitan los pobres es sentirse necesarios, sentirse amados. Lo que más les hiere es el estado de exclusión que su pobreza les impone. Pues hay remedios y tratamientos para todo tipo de enfermedades, pero cuando se es un marginado, si no hay manos serviciales y corazones afectuosos, no hay esperanza de verdadera curación".
"Un valor humano más elevado"
En numerosos países del tercer mundo, el aumento de la población engendra graves problemas. "En muchas familias –escribe la M. Teresa– es tan grande la pobreza que la idea de tener otro hijo las aterroriza; mis hermanas se esfuerzan por calmar ese miedo e intentan también hacerles comprender el valor humano del método natural de regulación de la natalidad". Así pues, en su cometido de transmisores de la vida, los padres no son libres de proceder como quieran, como si pudieran determinar de forma enteramente autónoma las vías honestas que deben seguir, sino que deben adecuar su conducta a la intención creadora de Dios, expresada en la propia naturaleza del matrimonio y de sus actos, y manifestada mediante la enseñanza de la Iglesia.
Dicha enseñanza parte de una visión integral del hombre y de su vocación, que no es solamente natural y terrenal, sino también sobrenatural y eterna, y "está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (Pablo VI, Humanae vitae, 12). Para realizar un control de natalidad, "la continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica" (Catecismo de la Iglesia católica, 2370).
El Papa Pablo VI describe de este modo el valor de los métodos naturales: "El dominio del instinto mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos" (Humanae vitae, 21).
Una diferencia esencial de mentalidad
Fiel a la Iglesia, la M. Teresa no acepta la anticoncepción, es decir, toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación (píldoras, preservativos...). En efecto, "cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos dos significados que Dios creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como árbitros del designio divino y manipulan y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación total" (Exhortación apostólica Familiaris consortio, 22-11-1981, 32). Se trata de una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree entre la anticoncepción artificial y el recurso a los ritmos temporales. Dicha diferencia implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí. La elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona, es decir, de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo. Al elegir la anticoncepción, la sexualidad no es respetada, sino que es "usada" como un "objeto" (cf. Ibíd..).
"En el respeto del amor mutuo y de los hijos"
"La Iglesia ha enseñado siempre la maldad de la anticoncepción, es decir, de cada uno de los actos conyugales intencionadamente infecundos", afirma el Consejo Pontificio para la Familia en fecha 12 de febrero de 1997. Esta enseñanza debe considerarse como una doctrina definitiva e irreformable. La anticoncepción se opone de forma grave a la castidad matrimonial, es contraria al bien de la transmisión de la vida –aspecto de procreación del matrimonio– y contraria al don recíproco de los cónyuges –aspecto de unión del matrimonio–. Además hiere al amor verdadero y niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida humana" (Vademécum de los confesores). Así pues, la anticoncepción es un pecado objetivamente grave o mortal –es decir, que causa la muerte del alma privándola de la vida de la gracia, cuando es cometido con pleno conocimiento y entero consentimiento–.
La mentalidad anticonceptiva que pretende evitar un hijo a toda costa, conduce lógicamente a la mentalidad abortiva cuando la anticoncepción fracasa. Las estadísticas muestran que la práctica del aborto se desarrolla sobre todo en aquellos países que favorecen la anticoncepción. Además, muchos productos que se presentan como anticonceptivos son, en realidad, abortivos (la píldora del día siguiente, el dispositivo intrauterino...). Por eso la M. Teresa se niega a confiar en adopción a un niño a una pareja que recurra a la anticoncepción, considerando que con ello se encontraría en un ambiente de muerte.
En ocasiones se alega que los métodos naturales no son ni seguros ni eficaces, pero no es del todo cierto. Estudios médicos serios han demostrado que el método Billings –método natural–, por ejemplo, resulta muy eficaz para evitar un nacimiento no deseado. La mayoría de las mujeres puede determinar sin apenas riesgo de error su período de fecundidad. He aquí un testimonio de la M. Teresa: "En Calcuta, dirigimos actualmente 102 centros donde se enseña a las familias a controlar los nacimientos en el respeto del amor mutuo y de los hijos. El año pasado, miles de familias cristianas, musulmanas o hindúes, pasaron por nuestros centros, evitando de ese modo que nacieran unos 70.000 niños, pero sin matar a ninguno. Y ello simplemente apoyándose en estos tres pilares: el amor, la vida y la patria" (Carta al primer ministro de la India, 26-3-1979).
Dirigiéndose a las poblaciones de los países ricos, la M. Teresa añade lo siguiente: "Si nuestra gente –los pobres– puede hacerlo, cuánto más vosotros que conocéis los medios de no destruir la vida que Dios ha creado en nosotros" (11-12-1979). Sin embargo, si los pobres tienen a menudo motivos justificados para espaciar el nacimiento de sus hijos, los esposos de los países desarrollados, donde la natalidad disminuye, deben cerciorarse de que su deseo de evitar una nueva concepción "no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable" (Catecismo, 2368).
Por el amor de Jesucristo
Durante el transcurso de los años 1960, la obra de la M. Teresa se extiende a casi todas las diócesis de la India. En 1965, algunas religiosas parten hacia Venezuela. En marzo de 1968, Pablo VI pide a la M. Teresa que abra una casa en Roma. Tras una visita a los suburbios de la ciudad y haber constatado que la miseria material y moral también existen en los países desarrollados, ella acepta. Al mismo tiempo, las hermanas trabajan en Bangladesh, país devastado por una terrible guerra civil. Muchas mujeres han sido violadas por los soldados, y se aconseja a las embarazadas que aborten. La M. Teresa se dirige entonces al gobierno comunicándole que ella y sus hermanas adoptarán a esos niños, pero que bajo ningún concepto "se obligue a esas mujeres, que no han hecho más que sufrir la violencia, que cometan en adelante una trasgresión que las acompañaría durante toda su vida". La M. Teresa luchó siempre con gran denuedo y valentía sin igual contra cualquier forma de aborto, pues estaba persuadida, y con toda razón, de que, desde el mismo instante de la concepción, el embrión es un ser humano y posee el derecho inalienable a la vida. Ninguna persona, ninguna autoridad, ni ninguna causa pueden disponer de la vida de los niños inocentes.
La M. Teresa acepta enviar a un grupo de hermanas al Yemen, país musulmán donde ninguna influencia cristiana ha penetrado desde hace ochocientos años, pero con la condición de que pueda acompañarlas un sacerdote. Durante los años 1980, la orden llega a fundar una media de quince nuevas casas al año. A partir de 1986, se instala también en algunos países comunistas, hasta ese momento prohibidos a cualquier misionero: Etiopía, Yemen del Sur, la URSS, Albania y China.
En marzo de 1967, la obra de la M. Teresa aumenta con una rama masculina: la Congregación de los Hermanos Misioneros. En 1969 nace la Fraternidad de los colaboradores seglares de las Misioneras de la Caridad.
Un secreto bien sencillo
Cuando se le pregunta de dónde procede su fuerza moral, la M. Teresa responde: "Mi secreto es infinitamente sencillo: rezo. Mediante la oración me uno en el amor con Cristo. Rezarle es amarle". El amor se halla indisolublemente unido al gozo. "El gozo es oración, por el hecho de alabar a Dios, pues el hombre ha sido creado para alabar. El gozo es la esperanza de una felicidad eterna. El gozo es una red de amor para atrapar a las almas. La verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una sonrisa".
Tras diversas hospitalizaciones, la M. Teresa se apagó en la paz del Señor, en Calcuta, el 5 de septiembre de 1997. Al conocer la noticia de su muerte, el Papa Juan Pablo II resumía de este modo su vida: "Su misión comenzaba al alba ante la Eucaristía. En el silencio de la contemplación, M. Teresa oía resonar el grito de Jesús en la Cruz: Tengo sed. Ese grito, conservado en el fondo de su corazón, la empujaba por los caminos de Calcuta y de todos los suburbios del mundo, en busca de Jesús en el pobre, en el abandonado, en el moribundo... La M. Teresa, la inolvidable madre de los pobres, es un ejemplo elocuente para todos" (Ángelus, 8-9-1997).
En muchas ocasiones, a la demanda de jóvenes que querían ir a la India para ayudarla, la M. Teresa les contestaba que se quedaran en sus países para practicar la caridad con los pobres de su medio habitual. Éstas son algunas de sus sugerencias: "En Francia, como en Nueva York y en todas partes, cuántas personas sienten hambre de ser amadas; es una pobreza terrible que no tiene comparación con la pobreza de los africanos y de los indios... Lo que cuenta no es cuánto les damos, sino el amor con que les damos... Rezad para que eso comience en vuestra propia familia. Con frecuencia, los niños no tienen a nadie que les reciba cuando regresan del colegio y, cuando se hallan con sus padres es para sentarse ante el televisor, sin intercambiar palabra alguna. Es una pobreza muy profunda... Debéis trabajar para ganaros la vida de vuestra familia, pero debéis tener también el valor de compartir con quien no tiene –quizá simplemente una sonrisa o un vaso de agua–, de pedirle que se siente para hablar durante unos minutos; puede que baste con escribir una carta a un enfermo que se encuentre en el hospital... Y lo mejor es que nos acerquemos a Nazaret y que miremos cómo vive la Sagrada Familia: haced de vuestra familia otro Nazaret. ¡Amad a Jesús! Durante el transcurso de la jornada, debéis deciros a vosotros mismos: Jesús está en mi corazón. Creo en tu amor tierno hacia mí y te amo, Jesús. Hay que decirlo y repetirlo constantemente, y comprobaréis de ese modo que la fuerza, el gozo y la paz estarán con vosotros, gracias a ese amor que sentís por Jesús. Y podréis amar a los demás del mismo modo que Jesús os ama".
Es posible para nosotros amar a los demás como Jesús, pues si vivimos en la gracia de Dios, el Espíritu Santo, que es el Amor, habita en nosotros (Jn 14,18). Y difundiendo su Caridad en nuestro corazón daremos testimonio de Él, a imitación de la M. Teresa de Calcuta.