por Felipe Romero Caceres
Almodóvar del Campo, Ciudad Real, fue el escenario del gran teatro de su vida. El 6 de enero de 1499 (ó 1500) se estrenó "su" obra. En un ambiente eucarístico y mariano se desdoblaron sus primeros años. Allí creció, de la mano de sus padres, Alfonso y Catalina, propietarios de unas minas de plata en Sierra Morena. Son conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística y mariana.
A la edad de catorce años (1513) le enviaron sus padres a estudiar leyes a Salamanca ("negras leyes", diría él más tarde). Transcurrieron cuatro años antes que regresara de nuevo a Almodóvar, donde permanece por espacio de dos años, hasta 1520, entregado a la oración y practicando la más rigurosa penitencia. Pero su estancia allí no podía ser perpetua. Dios es tan desconcertante en sus iniciativas, que no suele permitir que sus apóstoles se "instalen" definitivamente en un lugar.
Un religioso franciscano invitó a Juan de Ávila a estudiar artes y teología en Alcalá (1520-1526). La Universidad de Alcalá había sido fundada recientemente por el cardenal Cisneros (1508). Era el siglo XVI, y santo Tomás, Duns Escoto, Alberto Magno..., eran estudiados a fondo. Todo un inmenso caudal de conocimientos se disponían ante Juan de Ávila. El maestro Domingo de Soto hizo notar la valía intelectual de aquel joven. Entabló buenas relaciones con el futuro arzobispo de Granada don Pedro Guerrero. Se esboza ya una de las dimensiones de su vida: la predicación, la exposición detallada del mensaje apostólico.
PRIMEROS MINISTERIOS Y PERSECUCIÓN
En 1526 recibió la ordenación sacerdotal. Quiso venerar la memoria de sus padres, fallecidos durante su estancia en Alcalá, celebrando la primera Misa en Almodóvar del Campo. Con gesto evangélico, invitó a doce pobres a que participaran en su mesa y compartieran su pan. Juan de Ávila repartió sus bienes patrimoniales entre los necesitados y oprimidos, a fin de permanecer indiviso en su corazón, buscando únicamente la instauración del Reino en la tierra.
En compañía de Ferando de Contreras, sacerdote con trazas de santo, se entrega al ministerio de la palabra en la ciudad de Sevilla (1527). En espíritu y verdad continúa su amor por la cruz de Cristo, signo de liberación:
"No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor. La cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados. Los brazos tienes tendidos para abrazarnos. Las manos agujereadas para darnos tus bienes, el costado abierto para recibirnos en tus entrañas, los pies enclavados para esperarnos y para nunca poderte apartar de nosotros. De manera que, mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto vieren mis ojos, todo convida a amor: el madero, la figura y el misterio, las heridas de tu cuerpo. Y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide mi corazón". ("Tratado del amor de Dios", 14).
Siente, por entonces, un inusitado deseo por acudir a comunicar las "insondables riquezas de Cristo" al Méjico recién conquistado. Se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala, fray Julián Garcés, que había de embarcar hacia Nueva España el año 1527. A pesar de sus esfuerzos por lograr tal propósito, el arzobispo don Alfonso Manrique le obligó por obediencia a continuar su labor en las Indias del mediodía español.
Cedió en su impulso fogoso por la aventura, accediendo a publicar el acontecimiento liberador de Cristo en su propia tierra, no sin antes predicar ante el arzobispo, el cual sentía vivos deseos de conocer directamente la valía de aquel clérigo "joven y revolucionario". Recibió calurosos aplausos al término del sermón, a los que respondió el santo: "Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito". Casi con seguridad fue el 22 de julio de 1527, en la colegiata de San Salvador.
Su vocación estaba ya decidida. Su persona, austera y sencilla, atrae la atención de todos. Es un nuevo "apóstol de las gentes": "Aquella compuesta y venerable presencia del humilde sacerdote; aquel rostro sereno y descarnado de asceta, sereno e inmutable; aquellos ojos grandes y expresivos, tornados en un suave recogimiento interior; el mismo desaliño de su traza con su pelo mortificado, su mal recortada barba y su manto burdo sobre la loba de paño, alta un coto del suelo, y en fin, su voz bien timbrada, potente y sonorosa, habían de contribuir a hacer resaltar su soberana elocuencia" (García de Diego, "Epistolario espiritual del B. Juan de Ávila").
Algunos clérigos, eclipsada su elocuencia por la fuerza del santo, denunciaron con calumnias y falsedades las actividades de Juan de Ávila en la Sevilla del Renacimiento. Y lo hicieron ante el tribunal de la Inquisición.
"Juan había hablado muy claro y había zarandeado las conciencias. De ello se siguió perjuicio para algunas vidas licenciosas, pues se les escapaba de la mano la ocasión de servirse de la Iglesia para su egoísmo" (Juan Esquerda Bifet). Desde 1531 hasta 1533, Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Permaneció en la cárcel durante un año. Juan no perdió ocasión para profundizar en el "misterio de Cristo": "Aprendió en pocos días más que en todos los años de su estudio", dice el padre Granada.
Como era de suponer, fue puesto en libertad.
ESPIRITUALIDAD PROPIA Y PARA LOS DEMÁS
Continuó silenciosamente en su puesto de "testigo", "luz de las naciones", "hombre nuevo", renovado por la gracia, abierto al encuentro con los otros, inflexible al pecado. Esa maciza espiritualidad tenía un soporte: Cristo; un anhelo: servir. Estaba integrado en su misión:
"Si miramos cómo acude Dios a la llamada del sacerdote, cómo permanece en sus manos, cómo se deja tratar con familiaridad incomprensible, ninguna santidad le parecerá inútil, igualable, en equilibrio con el don de Dios, comunicado con tan inefable comunicación" ("Tratado del sacerdocio").
El maestro Ávila fue la persona más consultada que hubo en España y el oráculo de su tiempo. El año 1535 marcha a Córdoba, llamado por el obispo fray Álvarez de Toledo. Prefiere hospedarse en el hospital en lugar del palacio. Allí conoce a fray Luis de Granada, con quien entabla relaciones espirituales profundas. Recorre las aldeas con entusiasmo inverosímil, afianzando el conocimiento de Cristo. Un padre dominico, que se había opuesto a la predicación de Juan, después de escuchar sus lecciones, dijo: "Vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí mismo". Predica frecuentemente en Montilla, Córdoba. Y las célebres misiones de Andalucía las organiza desde Córdoba (hacia 1550-1554). A Granada acudió Juan de Ávila, invitado por el arzobispo don Gaspar de Avalos, ya el año 1536. Predica al pueblo y a los neoconversos. Arguye, amonesta: "La lengua del sacerdote es llave con que se cierra el infierno y se abre el cielo y se alumbran las conciencias y se consagra a Dios" (Plática a los clérigos de Córdoba).
Es necesario, según él, un incesante cambio de mentalidad, una constante reversión del pecado a la gracia, un decidido aldabonazo de proyección al "espíritu nuevo": "Veamos las intenciones de Dios; veamos los misterios de nuestra redención y vida; y descalzos los zapatos de nuestros sentidos de carne, quitados los vicios, que son tinieblas del corazón, atentos, humildes y devotos hallémonos presentes, y acompañemos al Señor, que en otra cosa no entiende sino en nuestra salvación, aunque sea con pérdida de su vida." (Homilías de tema sacerdotal).
Se puede apreciar a simple vista cómo la estela luminosa del mensaje paulino se integra en el mensaje avilino, en toda su significación soteriológica y cristocéntrica. Es una nueva y eficaz interpretación del contenido evangélico. Dice también:
"El que ha estado en la mesa de la Escritura, y ha entendido lo que debe hacer, y ha mantenido su alma con el Pan de la Sabiduría, no se ha de estar siempre sentado, pensando y rumiando consideraciones devotas y revolviendo siempre libros; levantarse conviene a la obra. Porque muchas veces aconteció no ser verdaderos los propósitos buenos que en la lección se tenían, porque faltaron en la obra. Conviene probar las armas en la obra, que hemos cobrado en la lección y oración. Donde no hay obras, no puede haber pensamientos y propósitos buenos. Levántase el Señor y a obrar." (Homilías de tema sacerdotal).
Y continúa su labor apostólica. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de vida de san Juan de Dios; en la ermita de San Sebastián, oyendo a Juan de Ávila, Juan Ciudad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se convirtió en Juan de Dios.
Eterno nómada de Dios, Juan de Ávila recorre muchos pueblos: Baeza (1539), Jerez (1541), Montilla (1545), Zafra (1546), Fregenal de la Sierra (1547), Priego (1552). El impulso del corazón le conduce a los desolados en su espíritu, a los intransigentes, a los insatisfechos; a todos los que, de una forma u otra, buscan con perseverancia intuir y conocer a Dios en sus vidas. Trabajó decididamente en la fundación de la Universidad de Baeza, Jaén, en 1542, así como en la constitución de numerosos colegios de estudio y espiritualidad.
El licenciado Luis Muñoz describe de la siguiente manera el carácter de su mensaje: "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto".
Desde 1551, Juan se sintió enfermo. A partir de 1553, hasta su muerte, residió definitivamente en Montilla. Las pláticas, la oración, el sacrificio..., fueron norma y fundamento de sus últimos momentos. Corrigió el texto del "Audi, Filia", esbozado en la prisión inquisitorial. Lo adaptó a los documentos recientes del concilio de Trento. El libro fue muy apreciado por Felipe II, quien no quería que faltase en El Escorial. A comienzos de mayo de 1569 empeoró alarmantemente. Murió el 10 de mayo de 1569.
Es maravillosa la doctrina de Juan de Ávila, "a través" y "en" Cristo. Tiende a confirmar la necesidad de la gracia, del perdón, de la reconciliación:
"Tengamos la conciencia pura y nuestros ojos puestos en Dios, y esperemos su reino; que todo lo que acá se puede ofrecer es ruido que pronto transcurre y ligeramente es vencido por quien vive bien y se esconde en las llagas de Cristo, pues para nuestro refugio están abiertas. Allí hallamos descanso para cuando somos de la prosperidad combatidos y de la adversidad, y ninguna cosa puede turbar a quien allí ha fijado su pensamiento".
Según él, "descansa Dios en el hombre", cuando éste se afianza en la virtud y procura erradicar los vientos pesimistas y degradadores de la existencia; cuando busca conformar su voluntad al designio salvador de Dios.
Juan de Ávila, "sacerdote de postconcilio" (después del de Trento) nos grita a todos, sacerdotes y laicos, que la vida tiene un sentido, un destino válido y universal, que Dios nos espera impaciente en la encrucijada de los acontecimientos, incluso los más pueriles y humanos, que el cosmos entero se resume y recapitula en Cristo. "Las cosas son nuestras, nosotros de Cristo, y Cristo de Dios", afirmaría san Pablo.
El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946, lo declara Patrono del clero secular español, y Pablo VI, el 31 de mayo de 1970, lo proclamó santo.