SIGLOS X-XI: SAN PEDRO DE MEZONZO
El siglo décimo es llamado por los historiadores el "siglo de hierro de la Iglesia", lleno de sombras y miserias, no exento, por otro lado, de figuras beneméritas. En la siguiente centuria surgen ya santos reformadores y las abadías monásticas ofrecen claros testimonios de santidad. Muchos de estos monjes ejemplares eran elegidos obispos que se encargaban de edificar a sus fieles, poniendo en marcha una saludable reforma de costumbres.
A los siglos X-XI pertenece Pedro de Mezonzo, gallego nacido en Curtis, La Coruña, el año 930 y fallecido en el 1003. Cabalga, por tanto, entre dos centuras. Monje de Santa María de Mezonzo y abad de Antealtares, tiene 55 años cuando los "seniores Loci Sancti" o canónigos de Santiago lo eligen como obispo, ya que buscaban a un Pastor sabio, celoso y santo. Ante el enfermizo temor de los milenaristas convencidos de que el mundo acabaría con el primer milenio de cristianismo, presentó a Dios, en su predicación, como a un Padre misericordioso y providente que cuida de sus hijos. Muchas iniciativas de atribuyen al obispo compostelano, pero sobre todo se le considera autor de la inspirada antífona de la Salve Regina, convertida en plegaria mariana universal para la Iglesia de rito latino.
Ante las depredaciones de los magnates, las invasiones de los normandos y las incursiones del ejército formado por los muslimes de Almanzor, el buen obispo gallego redactó la Salve para invocar la mediación de María en medio de tantas calamidades. Nos ofreció, así, una sublime oración de la que se habla en la obra Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo y en las Cantigas de Alfonso X el Sabio. En la Batalla del Salado, según narra el poema de Alfonso X el Sabio, "Salve Regina iban rezando / ricos homes e infanzones". La Salve ha sido llamada el canto de todos los pueblos, canto de temor reverencial y de amor confiado, de dolor y de triunfo, de agonía y de resurrección, de tiempo y de eternidad.
Muchos santos posteriores de encargaron de comentar esta dulcísima plegaria incorporada como preciosa antífona a la oración oficial de la Iglesia. Ante la amenaza musulmana san Pedro de Mezonzo, el devoto obispo compostelano, en vez del camino de la fuga, cogió el camino del altar de la Virgen y la saludó con las palabras estremecidas de fervor de la Salve. Rezuma confianza y amor filial, y encuentra su cálido ritmo en los tres piropos con que desahoga sus cuitas y tristezas: vida, dulzura y esperanza nuestra.
Fue el obispo santo de Compostela el único que no se dejó arrollar por las trágicas circunstancias que amenazaban con la profanación musulmana de la tumba de Santiago. Confió en la poderosa intercesión de Santa María, Madre de Misericordia. Y salió victorioso de la prueba. Los siglos X y XI se sienten honrados por san Pedro de Mezonzo entre otros pastores de su tiempo. Su honda piedad mariana cristalizó en la más bella plegaria a la Virgen, después del Ave María y el Sub tuum praesidium