por Andrés Molina Prieto, pbro.
Nació en Fontaines-lès Dijon, Borgoña, Francia, de una noble familia
feudal. A los 23 años entró en la Abadía de Cîteaux fundada en 1098 y
gobernada por Esteban Harding, arrastrando tras de sí a 30 amigos y parientes.
Después de tres años de vida monástica (1112-1115), fue elegido Abad de
Clairveaux. Fundó 67 monasterios desde España hasta Siria, y desde Sicilia
hasta Suecia. Más de 800 monjes hicieron la profesión monástica en sus manos.
Murió en Clairveaux el 20 de agosto de 1153 y fue canonizado el año 1174 a
petición de los abades cistercienses. En 1830 Pío VIII lo proclamó Doctor de
la Iglesia. El siglo XII ha sido llamado con propiedad la "época
bernardina".
Es uno de los más insignes devotos de la Virgen María, de la que no se cansó
de escribir y a la que descubrió meditando asiduamente la santa humanidad de
Cristo. En el reformador y casi el segundo fundador del Císter se cumple a la
perfección un doble lema mariano que es mutuamente complementario: A Jesús
por María y a María por Jesús. Sitúa la devoción mariana en el contexto
de la piedad hacia Jesús, el Hombre-Dios, y se complace en resaltar sus
funciones de Mediadora llamándola el Acueducto de la gracia, ya que a
través de Ella, por su consentimiento en la Encarnación del Verbo en su
purísimo seno, nos trajo al Salvador, y con Él un manantial inagotable de
gracias.
Sus Homilías sobre nuestra Señora constituyen el mejor testimonio del
acendrado amor filial que siente hacia la Madre de Dios. A él se deben -según
los estudiosos- las palabras filiales de la Salve: Oh clementísima,
oh piadosa, oh dulce Virgen María, comentadas por los mejores maestros de
la Escuela Cisterciense. En una famosa homilía sobre la Anunciación incluye
este maravilloso párrafo: "En los peligros, en las angustias, en las
dudas, piensa en María, invoca a María. Que no se te aparte de la boca, que no
se te ausente del corazón. Y para conseguir los frutos de su intercesión, no
te desvíes de los ejemplos de su virtud. Siguiéndola, no te desvías;
rogándole no te desesperarás, si piensas en Ella no te perderás. Si Ella te
tiene de su mano, no caerás. Si te protege nada tendrás que temer. Si es tu
Guía no te fatigarás".
De tal suerte confiaba en su poderosísimo patrocinio que no titubeó en
escribir: Dios quiso que no tuviésemos nada sin que pasase por las manos de
María. Y en otro lugar expone este mismo pensamiento de forma positiva: Esta
es la voluntad de Dios el cual quiso que todo lo tuviésemos por María.
El 24 de mayo de 1953, con motivo del octavo centenario de su muerte, el Papa
Pío XII promulgó una encíclica ensalzando doctrina espiritual y la piedad
mariana de san Bernardo, llamado Doctor Melifluo. Y ciertamente, néctar divino
de tierna y suave piedad mariana destilan sus escritos. Lo que dijo sobre el
nombre de Jesús (es miel en los labios, música en los oídos y júbilo en
el corazón) lo pudo decir con igual razón del dulce nombre de María, Estrella
del mar y Madre de misericordia.