NUESTRA SEÑORA DE TODOS LOS TIEMPOS
Podemos aclamar a María como Nuestra Señora de todos los tiempos, de todos los siglos y de todos los milenios que Dios quiere conceder a la humanidad. Según los cálculos convencionales de los hombres que fijan el fitmo de los calendarios, hemos concluido una etapa bimilenaria de cristianismo, y con la apertura del gran Jubileo del año 2000 acabamos de estrenar nuevo siglo y nuevo milenio.
La Virgen, como Reina del universo, preside, por amoroso designio de Dios, todas las vicisitudes y avatares de la Iglesia peregrina desde su nacimiento en Pentecostés hasta su culminación en la Parusía. En todas las etapas de su andadura temporal se halla la Virgen María con múltiples y dulcísimas presencias.
En la encíclica Redemptoris mater, n. 47, Juan Pablo II se expresa así: "La Iglesia a lo largo de toda su vida mantiene con la Madre de Dios un vículo que comprende, en el misterio salvífico, el pasado, el presente y el futuro, y la venera como Madre espiritual de la humanidad, y Abogada de la gracia.
En esta nueva sección vamos a contemplar la presencia santificadora de Nuestra Señora a través de un prisma multicolor: las grandes figuras marianas del segundo milenio, ya finalizado. En cada siglo, desde el undécimo hasta el vigésimo, veremos con atenta mirada panorámica algunas figuras que destacaron por su especialísima devoción mariana.
Sería superfluo añadir que todos los santos de la Historia de la Iglesia, cada uno a su manera y de acuerdo con su propia idiosincrasia, además de otros factores determinantes, fueron fieles devotos de la Virgen María. Pero también resulta evidente que algunos de ellos sobresalieron en su especial servicio a nuestra Madre y en la imitación de sus virtudes.
La Iglesia, además de sus cuatro notas características esenciales –unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad– es necesariamente mariana, y ningún católico podrá eximirse de una sincera devoción hacia la Madre de Dios que lo es también nuestra. Cuando el Concilio Vaticano II aprobó solemnemente la Constitución dogmática sobre la Iglesia, cuyo capítulo octavo está dedicado a la Virgen María, el Papa Pablo VI pronunció estas importantísimas palabras que muchos cristianos parecen haber olvidado: "El conocimiento de la verdadera doctrina sobre María será siempre la clave para la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia". Ella es –dirá el mismo Pontífice, en un memorable documento– parte integrante del culto cristiano. Lo fue ayer, lo es hoy y lo será mañana y siempre. Hemos clausurado un segundo milenio de historia de la Iglesia. En estos diez últimos siglos brilló la santidad heroica de muchos de sus hijos e hijas. En el decurso del año 2000, Dios mediante, revisaremos para nuestra edificación un grupo de figuras hagiográficas marianas que jalonan venturosamente las diez últimas centurias del catolicismo.