De unas palabras del evangelista san Juan he deducido que
una de las ocupaciones del Corazón de Jesús en el Sagrario
es esperar que los suyos le dejen entrar. ¿Recordáis aquellas
palabras: “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron”? (Jn 1,11).
Yo os invito, almas heridas del abandono del Sagrario, a que
os detengáis un momento en esas palabras: “Los suyos no lo recibieron”.
También mi ángel de la guarda ha tenido que escribir
con tintas de lágrimas, en el libro de mi vida: fue a él
Jesús y no lo recibió.
Otras veces lo dejamos entrar, pero sin atrevernos a abrirle
de par en par las puertas, ni a dejarlo andar por toda la casa.
Por el postigo de nuestra tacañería lo dejamos
entrar; tenemos como miedo de que visite todo nuestro corazón, todo
nuestro pensamiento, toda nuestra sensibilidad...