por el P. Manuel Martínez, MCR
Así se ha resumido la historia de los católicos greco-ortodoxos -uniatas- de Rumanía. Un año después de su visita a Bucarest, y en el marco del gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II les envió una carta apostólica -fechada el 7 de mayo- con motivo del tercer centenario de su plena comunión con Roma. Rumanía, a donde llegó la cristiandad latina en el siglo III, adoptó el rito bizantino a principios del siglo VIII. Cuando tuvo lugar el cisma de Oriente, en 1054, los cristianos rumanos quedaron en el bloque de las Iglesias ortodoxas. Pero en Transilvania se inició un movimiento de cristianos que procuraron con gran esfuerzo restablecer la plena comunión con el Sucesor de Pedro, que alcanzaron en 1700. El Papa les autorizó mantener sus costumbres, tradiciones y liturgia, que de hecho es como la ortodoxa. He aquí algunos de los párrafos más significativos de la carta del Papa:
La Providencia divina dispuso que, durante el tiempo en que la santa Iglesia
no había experimentado aún en su seno la gran división, vosotros recogierais,
además de la herencia de Roma, también la de Bizancio. A pesar de la herida de
la división, esta herencia es compartida por la Iglesia greco-católica y por
la Iglesia ortodoxa de Rumanía. Esta es la clave para interpretar la historia
de vuestra Iglesia, que se ha desarrollado en medio de las tensiones dramáticas
que se han producido entre Oriente y Occidente. Desde siempre, en el corazón de
los hijos y las hijas de esa antigua Iglesia, late con fuerza el anhelo de la
unidad que Cristo quiso...
Mérito insigne de vuestra Iglesia ha sido, en particular, haber mediado entre
Oriente y Occidente, asumiendo, por una parte los valores promovidos en
Transilvania por la Santa Sede; y por otra, comunicando a toda la catolicidad
los valores del oriente cristiano, que a causa de la división existente era
poco accesibles. Por eso, la Iglesia greco-católica se transformó en
testimonio elocuente de la unidad de toda la Iglesia, mostrando cómo lleva en
sí los valores de las instituciones, los ritos litúrgicos y las tradiciones
eclesiásticas que se remontan, por caminos diversos, hasta la misma tradición
apostólica.
El camino de la Iglesia greco-católica de Rumanía nunca fue fácil... A lo
largo de los siglos se le pidió dar un doloroso y difícil testimonio de
fidelidad a la exigencia evangélica de la unidad. Así, se ha convertido, de un
modo especial, en la Iglesia de los testigos de la unidad, de la verdad y del
amor...
Pero es sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, en la época del
totalitarismo comunista, cuando vuestra Iglesia debió soportar una durísima
prueba, mereciendo justamente el título de "Iglesia de los confesores y de
los mártires". Fue entonces cuando se manifestó, con mayor evidencia, la
lucha entre el mysterium iniquitatis (2 Ts 2,7) y el mysterium pietatis (1 Tm
3,16) que actúan en el mundo. Y también desde entonces la gloria del martirio
resplandece con mayor claridad en el rostro de vuestra Iglesia como luz que se
refleja en la conciencia de los cristianos de todo el mundo, suscitando
admiración y gratitud.
...Cuando el año pasado, durante mi peregrinación a vuestra tierra, oré con
vosotros en el cementerio católico de Bucarest, lo hice llevando en mi corazón
a toda la Iglesia de Cristo y, en unión con toda la Iglesia, me arrodillé en
silencio ante las tumbas de vuestros mártires. De muchos de ellos no conocemos
ni siquiera el lugar de su sepultura, porque los perseguidores quisieron
privarlos incluso de este último signo de distinción y respeto. Pero sus
nombres están inscritos en el Libro de la vida y cada uno de ellos ha recibido
también "una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre
nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe" (Ap, 2,17). La sangre de
estos mártires es un fermento de vida evangélica que obra no sólo en vuestra
tierra, sino también en muchas otras partes del mundo... Que el testimonio del
martirio y la profesión de fe en Cristo y en la unidad de su Iglesia suban como
el incienso del sacrificio vespertino (Sal 141,2) hasta el trono de Dios, en
nombre de toda la Iglesia, que los estima y los venera.
En este jubileo vuestra Iglesia, junto con la Iglesia universal, tiene el deber
de volver a su pasado y, sobre todo, al período de las persecuciones, para
actualizar su "martirologio"... Desde esta perspectiva, será
conveniente examinar el testimonio y el martirio de vuestra Iglesia en el marco
más amplio de los sufrimientos y las persecuciones del siglo XX...
Quisiera expresar el debido reconocimiento también a los que, perteneciendo a
la Iglesia
ortodoxa rumana y a otras Iglesias y comunidades religiosas, sufrieron análoga
persecución y graves limitaciones. A estos hermanos nuestros en la fe la muerte
los ha unido en el heroico testimonio del martirio: nos dejan una lección
inolvidable de amor a Cristo y a su Iglesia... Os exhorto... a descubrir y
valorar las figuras de los mártires de la Iglesia greco-católica de Rumanía,
reconociéndoles el mérito de haber dado un notable impulso a la causa de la
unidad de todos los cristianos...
En su visita a Bicarest (7-5-1999), Juan Pablo II recordó que "el
régimen comunista suprimió la Iglesia de rito bizantino-rumano unida a Roma y
persiguió a obispos y sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, no pocos
de los cuales han pagado con su sangre su fidelidad a Cristo. Algunos han
sobrevivido a las torturas y están todavía entre nosotros. Mi pensamiento
conmovido se dirige al benemérito y queridísimo cardenal Alexandru Todea,
arzobispo emérito de Fagaras y Alba Julia, el cual sufrió 16 años en la
cárcel y 27 de arresto domiciliario".
(Del discurso de Juan Pablo II, Bucarest, 7-5-1999)