por el P. Javier Andrés Ferrer, mCR
Como vamos demostrando a lo largo de estas páginas, es cierto que existe
mucha gente buena. Y a esta gente buena le sucede lo que a los olores: las malas
fragancias se perciben más fácilmente que las buenas. Pero es evidente que un
buen ejemplo hace a uno enfrentarse consigo mismo e invita a reflexionar. Y esa
reflexión, a nosotros los que creemos y amamos al Señor, nos debe hacer elevar
el corazón a Dios que es la fuente y el origen de todas las bondades. Por eso,
siempre deberíamos imitar, en todas nuestras acciones a ese Corazón, que se
define como manso y humilde. Luego ya tenemos la receta para ser buenos: el
ejercicio de la mansedumbre y el de la humildad.
Traigo hoy a nuestra página algunas historias más cortas que de costumbre,
pero concentradas de bondad, como la esencia que con poca basta para impregnar
el ambiente de buen perfume. Así son estas almas buenas.
A este buen amigo lo vamos a llamar Manolo. Iba un día Manolo en su coche
por una carretera con sus hijos. Hablaban y uno de los hijos, el menor, cortó
la conversación poniendo la atención sobre una señora que estaba de pie a la
orilla de la carretera junto a su vehículo. Manolo paró su vehículo tras el
de la señora, con discreción para no asustarla y , al punto, pudo comprobar
que la señora había pinchado y no se determinaba a cambiar la rueda. Manolo,
sin titubear, bajó de su coche y se brindó a la señora para echarle una mano.
Al poco rato cada uno seguía su camino.
Al llegar a la ciudad donde se dirigía, Manolo dejó a sus hijos en la escuela
y realizó los recados que tenía que hacer. Volvió a recoger a sus hijos que
salían de la escuela y regresaba felizmente a su hogar cuando se percata, al
pasar un semáforo, de que delante del coche empieza a salir vapor. Se detiene
en el aparcamiento de un restaurante, levanta la tapa del motor, lo examina y
descubre que el radiador está perforado. Se echa las manos a la cabeza con
cierta preocupación e invoca al Señor para que le sea propicio. Mira a su
alrededor y ve que un camión ha aparcado no lejos de él. Baja de la cabina el
conductor y se acerca hasta él, preguntándole qué le sucede. Manolo le
explica lo que le ha ocurrido y añade que iba a telefonear a uno de sus
hermanos que es mecánico.
-Pero, ¿tardará mucho en venir su hermano?
-Seguramente, porque vive a una hora de la ciudad.
-Llame usted a su hermano y mientras usted lo espera yo me encargo de sus hijos.
- Pues, ¿qué va a hacer usted con ellos?
-Lo que usted haría y no puede: darles de cenar. Mire la hora que es.
"Aquel señor se portó de maravilla: no hubo manera de que yo pagara la
cena; y, además, nos llevó a casa de unos amigos suyos que vivían allí cerca
para que estuviéramos bajo techo, mientras esperábamos a mi hermano. Y cuando
llegó mi hermano nos acompañó a revisar el coche y solamente se despidió de
nosotros cuando estuvo cerciorado de que el radiador había quedado bien
reparado y el coche funcionaba con perfección. Yo le di las gracias, como es
natural, y entonces él me contestó:
-No es nada. Resulta que hace unas horas venía conduciendo por la carretera y
vi que usted estaba ayudando a una señora a cambiar un neumático. Y, bueno, el
que da recibe..."
"Lo conocí en Lourdes, lugar donde, de verdad, se conocen muchas almas
buenas". Así me contaba de viva voz un seminarista que suele pasar sus
veranos trabajando en la Cité Saint-Pierre que Caritas France tiene erigida en
Lourdes. Se trata de una institución que acoge a peregrinos que no pueden
sufragarse una pensión en un hotel. Este seminarista, como muchas otras
personas -más de ochenta cada tres semanas- ejerce esta obra de caridad de modo
gratuito. A cambio de sus buenas obras, la organización le costea la estancia
en aquel lugar situado a un cuarto de hora de la gruta.
Este muchacho presta sus servicios en el restaurante de peregrinos. Acabado su
servicio a las 20:15, tiene el tiempo justo para asearse un poco y bajar
presuroso al santuario para asistir a la procesión de las antorchas o del Santo
Rosario. Baja por el camino, cuando, cercano a la entrada de San José, junto a
una pizzería le saluda una pareja que le pregunta en inglés dónde puede
alojarse esta noche. Son pobres y no tienen dinero, pero han venido a ver a la
Virgen para pedirle la curación de un familiar suyo. "¡Vaya,
contrariedad! Hoy que llegaba puntual al Rosario... La Virgen querrá que en
lugar de rezar el Rosario haga una obra de caridad".
Y así el seminarista le pregunta a aquel matrimonio si ha cenado. Al responder
ellos que no, les invita a tomar un bocado en la pizzería, mientras encuentra
una solución. Se les acerca el camarero que es italiano y, haciéndose cargo de
la situación, pregunta al muchacho:
-¿Tenéis algún problema?
-Verás, este matrimonio está buscando un lugar donde alojarse esta noche. Son
pobres y no pueden pagarse la estancia en un hotel. Han venido para pedirle una
gracia a la Santísima Virgen.
-Eso no es problema en Lourdes.
-¿Tienes alguna solución?
-Claro, esta noche vendrán a mi casa.
-Pero, ¡si no los conoces de nada!.
-¿Qué más da? Son hijos de la Virgen y por lo tanto, hermanos míos. A unos
hermanos yo nos los puedo dejar en la calle. No te preocupes de nada más: yo me
ocuparé de ellos y, por supuesto, no tienes que pagar nada. Están invitados a
cenar.
-¿Pero...?
-No hay peros que valgan. Se lo prometí a la Virgen y tengo que cumplir mi
promesa.
Perplejo, aquel muchacho explica el ofrecimiento al matrimonio inglés que lo
acoge con agrado y da las gracias al buen seminarista. El joven se acercó a la
Gruta donde se apareció Nuestra Señora a santa Bernadette. Allí se puso de
rodillas y rezó el Rosario él sólo dando gracias a la Virgen Santísima por
suscitar entre sus devotos almas tan generosas.
¿Quién era aquel ángel que se había cruzado en su camino aquella noche? Se
llamaba Nino Mariño. Italiano de origen, llevaba en su ciudad natal una mala
vida. Asqueado de todo, andaba por las calles de borrachera en borrachera,
incluso había ya empezado a jugar con las drogas. Un día, a la entrada de un
supermercado vio el anuncio de un viaje a Lourdes. No sabía qué era eso de
Lourdes, pero estaba en Francia y ese país no lo conocía. Se apuntó por
cambiar de aires y lo que cambió fue su corazón. Creía que iba a un viaje de
relax y se encontró con un viaje espiritual. Todo el camino rezando y cantando
a la Virgen. Nino se mostraba indiferente a todo esto, pero le llamaba la
atención el rostro feliz de aquellas gentes que le acompañaban en aquel viaje
extraño para él. Especialmente, el cariño que todos mostraban con los
enfermos.
Al llegar a Lourdes se desgajó del grupo y fue a su aire. Buscó bares y cines.
Todo le parecía aburrido. Pero una noche, motivado por su curiosidad, se paseó
por la explanada del santuario. Toda la gente se dirigía en un silencio
sepulcral hacia un mismo lugar. ¿Qué pasará allí? Nino también fue hacia
ese lugar. Pasó por debajo de unos arcos de piedra grandísimos y pudo ver un
río que mansamente discurría junto a una gruta iluminada. En lo alto de la
gruta vio que en la concavidad de la roca descansaba una imagen preciosa de la
Virgen. A sus pies, una inscripción decía que era la Inmaculada. Y la imagen
le habló. No con palabras, sino directamente al corazón. Aquella noche, Nino
no se movió de la gruta. Confesó sus pecados, comulgó y determinó cambiar
radicalmente de vida. Su nuevo domicilio iba a ser, desde ese momento, Lourdes,
para vivir siempre junto a su Madre.
Desde entonces Nino se dedica a ayudar a las gentes que se ponen en su camino,
como a ese matrimonio inglés. Tiene un negocio de pizzas, que le sirve para
ganarse la vida y hacer obras de caridad, y una casa donde alojar peregrinos
pobres. Les da cama, techo y comida, y siempre que puede les habla del Corazón
de Dios, de su mansedumbre, de su humildad. Y, cómo no, de su santísima Madre.