Julio de 2000

HAY MUCHA GENTE BUENA

por el P. Javier Andrés Ferrer, mCR

ALMAS BUENAS... EN TODOS LADOS

Como vamos demostrando a lo largo de estas páginas, es cierto que existe mucha gente buena. Y a esta gente buena le sucede lo que a los olores: las malas fragancias se perciben más fácilmente que las buenas. Pero es evidente que un buen ejemplo hace a uno enfrentarse consigo mismo e invita a reflexionar. Y esa reflexión, a nosotros los que creemos y amamos al Señor, nos debe hacer elevar el corazón a Dios que es la fuente y el origen de todas las bondades. Por eso, siempre deberíamos imitar, en todas nuestras acciones a ese Corazón, que se define como manso y humilde. Luego ya tenemos la receta para ser buenos: el ejercicio de la mansedumbre y el de la humildad.
Traigo hoy a nuestra página algunas historias más cortas que de costumbre, pero concentradas de bondad, como la esencia que con poca basta para impregnar el ambiente de buen perfume. Así son estas almas buenas.

EL QUE DA, RECIBE

A este buen amigo lo vamos a llamar Manolo. Iba un día Manolo en su coche por una carretera con sus hijos. Hablaban y uno de los hijos, el menor, cortó la conversación poniendo la atención sobre una señora que estaba de pie a la orilla de la carretera junto a su vehículo. Manolo paró su vehículo tras el de la señora, con discreción para no asustarla y , al punto, pudo comprobar que la señora había pinchado y no se determinaba a cambiar la rueda. Manolo, sin titubear, bajó de su coche y se brindó a la señora para echarle una mano. Al poco rato cada uno seguía su camino.
Al llegar a la ciudad donde se dirigía, Manolo dejó a sus hijos en la escuela y realizó los recados que tenía que hacer. Volvió a recoger a sus hijos que salían de la escuela y regresaba felizmente a su hogar cuando se percata, al pasar un semáforo, de que delante del coche empieza a salir vapor. Se detiene en el aparcamiento de un restaurante, levanta la tapa del motor, lo examina y descubre que el radiador está perforado. Se echa las manos a la cabeza con cierta preocupación e invoca al Señor para que le sea propicio. Mira a su alrededor y ve que un camión ha aparcado no lejos de él. Baja de la cabina el conductor y se acerca hasta él, preguntándole qué le sucede. Manolo le explica lo que le ha ocurrido y añade que iba a telefonear a uno de sus hermanos que es mecánico.
-Pero, ¿tardará mucho en venir su hermano?
-Seguramente, porque vive a una hora de la ciudad.
-Llame usted a su hermano y mientras usted lo espera yo me encargo de sus hijos.
- Pues, ¿qué va a hacer usted con ellos?
-Lo que usted haría y no puede: darles de cenar. Mire la hora que es.
"Aquel señor se portó de maravilla: no hubo manera de que yo pagara la cena; y, además, nos llevó a casa de unos amigos suyos que vivían allí cerca para que estuviéramos bajo techo, mientras esperábamos a mi hermano. Y cuando llegó mi hermano nos acompañó a revisar el coche y solamente se despidió de nosotros cuando estuvo cerciorado de que el radiador había quedado bien reparado y el coche funcionaba con perfección. Yo le di las gracias, como es natural, y entonces él me contestó:
-No es nada. Resulta que hace unas horas venía conduciendo por la carretera y vi que usted estaba ayudando a una señora a cambiar un neumático. Y, bueno, el que da recibe..."

NINO MARIÑO

"Lo conocí en Lourdes, lugar donde, de verdad, se conocen muchas almas buenas". Así me contaba de viva voz un seminarista que suele pasar sus veranos trabajando en la Cité Saint-Pierre que Caritas France tiene erigida en Lourdes. Se trata de una institución que acoge a peregrinos que no pueden sufragarse una pensión en un hotel. Este seminarista, como muchas otras personas -más de ochenta cada tres semanas- ejerce esta obra de caridad de modo gratuito. A cambio de sus buenas obras, la organización le costea la estancia en aquel lugar situado a un cuarto de hora de la gruta.
Este muchacho presta sus servicios en el restaurante de peregrinos. Acabado su servicio a las 20:15, tiene el tiempo justo para asearse un poco y bajar presuroso al santuario para asistir a la procesión de las antorchas o del Santo Rosario. Baja por el camino, cuando, cercano a la entrada de San José, junto a una pizzería le saluda una pareja que le pregunta en inglés dónde puede alojarse esta noche. Son pobres y no tienen dinero, pero han venido a ver a la Virgen para pedirle la curación de un familiar suyo. "¡Vaya, contrariedad! Hoy que llegaba puntual al Rosario... La Virgen querrá que en lugar de rezar el Rosario haga una obra de caridad".
Y así el seminarista le pregunta a aquel matrimonio si ha cenado. Al responder ellos que no, les invita a tomar un bocado en la pizzería, mientras encuentra una solución. Se les acerca el camarero que es italiano y, haciéndose cargo de la situación, pregunta al muchacho:
-¿Tenéis algún problema?
-Verás, este matrimonio está buscando un lugar donde alojarse esta noche. Son pobres y no pueden pagarse la estancia en un hotel. Han venido para pedirle una gracia a la Santísima Virgen.
-Eso no es problema en Lourdes.
-¿Tienes alguna solución?
-Claro, esta noche vendrán a mi casa.
-Pero, ¡si no los conoces de nada!.
-¿Qué más da? Son hijos de la Virgen y por lo tanto, hermanos míos. A unos hermanos yo nos los puedo dejar en la calle. No te preocupes de nada más: yo me ocuparé de ellos y, por supuesto, no tienes que pagar nada. Están invitados a cenar.
-¿Pero...?
-No hay peros que valgan. Se lo prometí a la Virgen y tengo que cumplir mi promesa.
Perplejo, aquel muchacho explica el ofrecimiento al matrimonio inglés que lo acoge con agrado y da las gracias al buen seminarista. El joven se acercó a la Gruta donde se apareció Nuestra Señora a santa Bernadette. Allí se puso de rodillas y rezó el Rosario él sólo dando gracias a la Virgen Santísima por suscitar entre sus devotos almas tan generosas.
¿Quién era aquel ángel que se había cruzado en su camino aquella noche? Se llamaba Nino Mariño. Italiano de origen, llevaba en su ciudad natal una mala vida. Asqueado de todo, andaba por las calles de borrachera en borrachera, incluso había ya empezado a jugar con las drogas. Un día, a la entrada de un supermercado vio el anuncio de un viaje a Lourdes. No sabía qué era eso de Lourdes, pero estaba en Francia y ese país no lo conocía. Se apuntó por cambiar de aires y lo que cambió fue su corazón. Creía que iba a un viaje de relax y se encontró con un viaje espiritual. Todo el camino rezando y cantando a la Virgen. Nino se mostraba indiferente a todo esto, pero le llamaba la atención el rostro feliz de aquellas gentes que le acompañaban en aquel viaje extraño para él. Especialmente, el cariño que todos mostraban con los enfermos.
Al llegar a Lourdes se desgajó del grupo y fue a su aire. Buscó bares y cines. Todo le parecía aburrido. Pero una noche, motivado por su curiosidad, se paseó por la explanada del santuario. Toda la gente se dirigía en un silencio sepulcral hacia un mismo lugar. ¿Qué pasará allí? Nino también fue hacia ese lugar. Pasó por debajo de unos arcos de piedra grandísimos y pudo ver un río que mansamente discurría junto a una gruta iluminada. En lo alto de la gruta vio que en la concavidad de la roca descansaba una imagen preciosa de la Virgen. A sus pies, una inscripción decía que era la Inmaculada. Y la imagen le habló. No con palabras, sino directamente al corazón. Aquella noche, Nino no se movió de la gruta. Confesó sus pecados, comulgó y determinó cambiar radicalmente de vida. Su nuevo domicilio iba a ser, desde ese momento, Lourdes, para vivir siempre junto a su Madre.
Desde entonces Nino se dedica a ayudar a las gentes que se ponen en su camino, como a ese matrimonio inglés. Tiene un negocio de pizzas, que le sirve para ganarse la vida y hacer obras de caridad, y una casa donde alojar peregrinos pobres. Les da cama, techo y comida, y siempre que puede les habla del Corazón de Dios, de su mansedumbre, de su humildad. Y, cómo no, de su santísima Madre.


Revista 655