por Andrés Molina Prieto, pbro.
SIGLO XVII: LUIS MARÍA DE MONTFORT
Nacido el 31 de enero de 1673 en Montfort-la-Patà (Bretaña, Francia), en la
casa noble de Bois Marquer, en Iffendic, frecuentó el colegio jesuítico Tomás
Becket. Desde su entrada en san Sulpicio, a los 22 años, hasta su ordenación,
su conducta fue altamente ejemplar, con máximo aprovechamiento. Las vicisitudes
de su ministerio fueron sumamente dolorosas por los rechazos, abandonos,
incomprensiones y calumnias que recayeron sobre su estilo apostólico, un tanto
extraño en el ambiente de su época. En ocasiones se vio obligado a ejercer una
"predicación silenciosa". Parece que fue en la ermita de San Lázaro,
cerca de su pueblo natal, donde recibió la inspiración del cielo para escribir
El secreto de María y el Tratado de la verdadera devoción (a María),
sus obras más importantes.
Nadie ha colocado al P. Montfort entre los grandes místicos ni entre los más
destacados reformadores de la Iglesia, pero ocupa, en cambio, un puesto
preeminente entre los más relevantes misioneros populares (Clemente XI le
concedió ser Misionero apostólico) y, sobre todo, entre los escritores y
apóstoles marianos. En este plano es, indiscutiblemente, un campeón y un
gigante. Para perpetuar su obra misionera y difundir más eficazmente la
devoción mariana, funda dos congregaciones: las Hijas de la Sabiduría
(1715) y la Compañía de María (1716), aunque ésta, al fallecer,
contaba únicamente con dos socios.
La doctrina montfortiana sobre María no es todavía suficientemente bien
conocida, y en ocasiones se ha visto tergiversada como si se tratara de un
intento devocional de escaso alcance. Es un gran error. Lo primero que conviene
subrayar es que la espiritualidad mariana del heroico misionero francés coloca
siempre a Cristo en el centro y en la meta. Nos habla con frecuencia de la "consagración
de sí mismo a Jesucristo, Sabiduría encarnada, por manos de María".
He aquí la fórmula sintética de su consagración: "¡Oh mi amable
Jesús! Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, por María, tu Madre
santísima".
Nadie ha mostrado como el padre Montfort que María es indisociable de Jesús.
Nadie ha probado como él que para hacer reinar al Hijo es preciso hacer reinar
a la Madre. Se equivoca del todo quien piense en un enfoque sensiblero de la
devoción mariana según Montfort. Nada de eso. Porque la consagración a Cristo
es principio, medio y fin de la consagración mariana. El santo misionero
acertó a condensar muy bien su pensamiento y su vivencia: Todo se resume en
obrar siempre por María, con María, en María y para María, a fin de obrar
más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para
Jesucristo.
O también en esta exclamación programática: "¡Gloria a Jesús por
María! ¡Gloria a María por Jesús! ¡Gloria a sólo Dios!".
Entendemos ahora mejor por qué el santo apóstol de la devoción mariana repite
en varios pasajes que la consagración a María es camino fácil, corto,
perfecto y seguro de salvación y santificación.