por Andrés Molina Prieto, pbro.
SIGLO XIX: ANTONIO MARÍA CLARET
Personalidad exuberante y polifacética, destaca en la hagiografía
contemporánea como celebérrimo misionero y escritor inagotable. Primer obispo
canonizado del Concilio Vaticano I, y preclaro apóstol cordimariano de los
tiempos modernos. Pío XII afirmó de él que era "el santo de todos,
porque en él se miran los obreros, los sacerdotes, los obispos, y todo el
pueblo cristiano, cada cual según su estado".
Nació en Sallent, Barcelona, el 23 de diciembre de 1807, el mismo año en que
Napoleón I invadía España, y desde su infancia vivió preocupado por el
destino eterno de los pecadores. Se especializó en el arte textil recibiendo
halagüeñas propuestas. Superó grandes dificultades invocando a la Virgen.
Aunque sintió vehementes deseos de ingresar en la Cartuja de Montealegre, y
más tarde, ya sacerdote, experimentó la vida religiosa como novicio jesuita,
su delicada salud le convence de que su vocación está en la actividad
misionera diocesana, en la que sobresalió como incansable apóstol.
Designado en 1850 arzobispo en Cuba, consagró toda su actividad, durante seis
años, a la reforma del clero, creación de parroquias, misiones y propaganda
escrita. Nombrado confesor de la Reina Isabel II, regresa a Madrid y alterna su
nuevo ministerio con la predicación, ejercicios y retiros a seglares,
sacerdotes y religiosos. Participó en el Concilio Vaticano I y, perseguido
implacablemente por los enemigos de la Iglesia, se refugia en el monasterio
cisterciense de Fontfroide, cerca de Narbona, donde fallece el 24 de octubre de
1870. Beatificado por Pío XI en 1934, fue canonizado por Pío XII en 1950.
Llevaba en su corazón la devoción a María. Nos dirá en su autobiografía:
"Me pusieron por nombre Antonio Adjutorio Juan, pero yo después añadí el
dulcísimo nombre de María porque Ella es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra y mi
todo, después de Jesús". En 1849 da vida a su gran empresa fundacional:
la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y
en 1855 firmó el Decreto de Fundación de María Inmaculada. Revisando sus
escritos autobiográficos, ascéticos y devocionales, se llega a la conclusión
de que fue un gigantesco apóstol de la espiritualidad mariana.
Un gran estudioso de su vida ha podido escribir de su obra: "Lo que
constituye, desde sus años más tempranos, como el eje de su vida espiritual,
es evidentemente, su conciencia cristiana de hijo de Dios e hijo de María. La
consagración cordimariana es un riguroso programa de vida evangélica y
cristiana: abraza todos los estados de vida, todas las edades y vocaciones
específicas y tiene como meta la plenitud del amor teologal en su doble aspecto
de Dios y del prójimo.
El padre Claret, incansable en todas las formas de apostolado a su alcance,
tiene constantemente a flor de labios esta jaculatoria: "¡Oh Corazón
de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del
prójimo!". Y en otro pasaje de su autobiografía dejó caer esta
tierna confidencia: "¡Oh Santísima María, Madre mía, cuánto os amo!
¡Oh cuánta es mi confianza depositada en Vos!".