por Andrés Molina Prieto, pbro.
SIGLO XV: SAN BERNARDINO DE SIENA
"Concédeme, Madre Inmaculada, que dentro de mí no haya más que
amor y más amor"
Nació el año 1380 en Massa Marítima, cerca de Siena, de la noble familia
de los Albiceschi, y recibió una educación completa en las ciencias
eclesiásticas. Con el bagaje de su buena formación cultural ingresó en la
orden franciscana en 1402, comenzando su noviciado en el convento de Fiesole. De
manera inesperada ha de sustituir a un predicador, enfermo, en Lombardía. En
1408 aparece en Milán. Allí inició su carrera de grandes misiones populares
que tanta fama le dieron.
Su característica más destacada era un intenso amor a Jesucristo que llegaba
al interior de sus oyentes arrancándoles lágrimas de penitencia. Ideó el
anagrama del nombre de Jesús -IHS- que se fue divulgando cada vez más. Lo
llevaba impreso en un banderín y procuraba que se viera grabado de todas las
formas posibles, y en todos los objetos o lugares que lo permitieran. El
sencillo anagrama debía servir a los oyentes de recuerdo perenne sobre las
verdades predicadas y las decisiones tomadas. Bernardino se revela como orador
popular de cualidades extraordinarias.
Centra sus predicaciones evangélicas en Jesús y María, consiguiendo
numerosísimas conversiones. Estando en Siena, todas las tardes iba a la
frecuentada Puerta Camolia para rezar una Salve a la Virgen del Arco. A menudo,
según refieren sus biógrafos, se veía favorecido con visiones y consuelos de
la celestial Señora. Después hablaba a los fieles con su dulce toscano, y
compendiaba la plática en una frase que destilaba blancura sobrenatural. Solía
repetir: "Mirad a la Virgen adornada con tres candores o blancuras: la del
alma, la del cuerpo y la de las obras". Los oyentes asimilaban muy bien
aquel lenguaje llano, transparente, cálido y comunicativo. Es admirable la
maestría de su oratoria exenta de artificio, eminentemente popular, pero al
mismo tiempo profundamente teológica y cristiana. Vivía siempre con los
dulcísimos nombres de Jesús y de María en los labios. Siempre también con el
rezo constante del Ave María, que difunde por todas partes como garantía de
perseverancia.
En la devoción mariana de san Bernardino de Siena se advierte un matiz
peculiar: suele hablar mucho de la Sagrada Familia y gusta de presentar a
Nuestra Señora en compañía de su virginal esposo san José. He aquí un texto
antológico: "Hizo verdaderamente de padre de Nuestro Señor Jesucristo y
fue verdadero esposo de la Reina del Universo y Señora de los Ángeles. La
Iglesia es verdadera deudora de la Virgen Madre de quien recibió a
Cristo". Devotísimo de Nuestra Señora y de camino hacia Nápoles, se
detiene en Asís para visitar a Santa María de los Ángeles. Llegado a Aquila
muere rendido por el cansancio el 20 de mayo de 1444. Seis años después era
canonizado. Como síntesis de su honda devoción por la Inmaculada nos dejó
esta frase: "Concédeme, oh Madre Inmaculada, que dentro de mí no haya
más que amor y más amor".