Noviembre de 2000

EL NUEVO PAPA BEATO PÍO IX, GRAN DEFENSOR DE LA IGLESIA FRENTE A LA MASONERÍA

Pío IX convocó el Concilio Vaticano I después de 400 años del anterior, el tridentino. Quizá cuando Juan XXIII decidió convocar el Vaticano II pensó en Pío IX. En su Diario, hablando de "tribulaciones, amarguras de espíritu y contradicciones tremendas" con que prueba Dios "a sus predilectos", escribió: "Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria; e, imitándole en sus sacrificios, querría ser digno de celebrar su canonización". Pío IX y Juan XXIII, juntos ahora en la gloria de Bernini y unidos siempre su gran amor a Cristo, a la Virgen María y a la Iglesia, testifican que "de Papa a Papa, de Concilio a Concilio, la Iglesia sigue..., porque el poder del infierno no prevalecerá". Pío IX guió la barca de Pedro durante casi 32 años en medio de violentas tempestades. Las "contradicciones tremendas" que sufrió se desprenden del siguiente artículo de Zenit.

Ave María

La causa de beatificación de Pío IX ha sido una de las más largas y difíciles de la historia de la Iglesia. Fue puesta en marcha por san Pío X, el 11 de febrero de 1907. Relanzada por Benedicto XV, sin gran éxito, y también por Pío XI que animó el proyecto. Tras la segunda guerra mundial, la instrucción canónica fue reiniciada por Pío XII, el 7 de diciembre de 1954. Con Pablo VI la causa experimentó importantes avances: se completó la positio, es decir, la recogida de las actas del proceso canónico, el análisis de la vida del candidato a la santidad, los interrogatorios de los testigos y las evaluaciones de los historiadores y de los teólogos.
El decreto sobre el ejercicio heroico de las virtudes teologales y cardinales fue promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos, el 6 de julio de 1985, y aprobado por Juan Pablo II. Entre las virtudes del Pontífice, figuran el amor sin reservas por las Iglesia, la caridad y la gran estima por el sacerdocio y los misioneros. El milagro atribuido a Pío IX, verificado por la Consulta de médicos el 15 de enero e 1986, es la curación inexplicable de una religiosa francesa.
Pío IX, en el siglo Giovanni Maria Mastai Ferrerretti, nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia. Fue elegido pontífice el 16 de junio de 1846, suscitando esperanzas en los ambientes patrióticos liberales y católicos: uno de los primeros actos fue la promulgación de una amnistía para os prisioneros políticos y consintió algunas reformas en el Estado Pontificio. En los primeros dos años del pontificado, se ganó el título de Papa liberal, patriótico y reformador.
En abril de 1848, cuando era evidente que la masonería internacional fomentaba atentados, revoluciones y desórdenes contra el papado y las naciones tradicionalmente católicas, Pío IX se distanció de las facciones más radicales de los patriotas liberales italianos. A raíz del desencadenamiento de motines insurreccionales en Roma, se trasladó a Gaeta, mientras que en la Ciudad Eterna se proclamaba poco después, en 1849, la
República romana por parte de Giuseppe Mazzini, Carlo Armellini y Aurelio Saffi. Las iglesias fueron saqueadas, mientras Mazzini se incautaba de obras de arte, propiedad de la Iglesia, para pagar a la masonería británica que había anticipado el dinero necesario para tomar Roma.
Gracias a la intervención de las tropas francesas, la República romana cayó y el Papa pudo volver a la capital en 1850. Desde entonces, el Pontífice puso en marcha una política de firmeza frente a las exigencias del poder laico, convirtiéndose en el adversario más acérrimo del ala anticlerical y de la masonería.
En 1854, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción y, en el primer Concilio Vaticano (1869-70), el dogma de la infalibilidad pontificia. En 1864, promulgó la encíclica Quanta cura, con el anexo del Syllabus, una lista de enseñanzas prohibidas, con la que la Iglesia condenaba los errores del momento y los conceptos liberales e iluministas. Con la llegada de la unidad de Italia, el último Papa-rey se vio desposeído de las regiones de la Romaña (1859), Umbría, las Marcas (1860) y, en 1870, de la misma Roma, con la toma de Porta Pia por los ejércitos liberales, el 20 de septiembre, que marcó el fin del poder temporal de los Papas.
Desde entonces, la masonería italiana celebra su propia fiesta anual, justamente el 20 de septiembre, en recuerdo de la victoria contra la Iglesia. Los documentos antimasónicos del pontificado de Pío IX son unos 124 y se subdividen en 11 encíclicas, 61 cartas breves, 33 discursos y alocuciones y documentos de varios dicasterios eclesiásticos. Según Pío IX, todos los males que se abatieron en aquel tiempo sobre la Iglesia y sobre la sociedad provenían del ateísmo y del cientismo del siglo XVIII postulados por la masonería y exaltados por la Revolución francesa. En la encíclica Qui pluribus (9-10-1849), Pío IX habla de "hombres ligados por una unión nefanda" que corrompen las costumbres y combaten la fe en Dios y en Cristo postulando el naturalismo y el racionalismo y, sobre todo, poniendo en marcha el conflicto entre ciencia y fe. Otro error atribuido a este círculo de pensadores es el hablar de progreso como un mito y contraponerlo a la fe.
Ante estas acusaciones precisas, la masonería reaccionó con un desdén violento. En primer lugar, convocó un "Anticoncilio masónico, Asamblea de librepensadores" con la idea de liderar un movimiento internacional dedicado a combatir sin tregua al Vaticano. Entre los escritos que se difundieron para esta convocatoria masónica, había uno que decía: "El Anticoncilio quiere luz y verdad, quiere ciencia y razón, no fe ciega, no fanatismo, no dogmas, no hogueras. La infalibilidad papal es una herejía. La religión católica romana es una mentira; su reino es un delito".
En esta situación de beligerancia continua, Pío IX no perdió el ánimo y siguió su trabajo para compactar la Iglesia en torno a la unidad con la Cátedra romana. Atribuyó gran importancia a la espiritualidad popular, a la relación con los santos, especialmente a María a través del reconocimiento de las apariciones de La Salette y de Lourdes. Dio impulso a procesiones, peregrinaciones y a todas las formas de piedad popular. En 1870, inauguró un nuevo modo de elección de obispos y prelados, elegidos no ya preferentemente entre los notables sino entre los sacerdotes comunes, allí donde se manifestasen los méritos pastorales. Su popularidad creció enormemente. Fue obstinado en no aceptar cesión alguna ante el Estado italiano.
Murió el 7 de febrero de 1878, pero la masonería trató de perseguirlo encarnizadamente incluso tras su muerte. En la noche de 12 al 13 de julio de 1881, su féretro fue trasladado del Vaticano al cementerio del Verano. La masonería organizó una manifestación irreverente, con lanzamiento de piedras, imprecaciones, blasfemias, y canciones vulgares y obscenas, contra el cortejo fúnebre, que a su vez respondía con la recitación del rosario, los salmos, el oficio de difuntos y pías jaculatorias.
El culmen de la agresión tuvo lugar cuando el cortejo fúnebre pasó por el puente Sant Angelo. Al grito de "¡Muerte al Papa, muerte a los curas!", un grupo de desalmados trató de arrojar el cadáver de Pío IX al Tíber. Pero los católicos apretaron las filas en torno a los restos mortales del pontífice y rechazaron el ataque. A la luz de estos acontecimientos, el reconocimiento de la virtud heroica del nuevo beato hace justicia a un Papa de grandes virtudes y de un pontificado extraordinario.

El domingo 3 de septiembre fueron elevados al honor de los altares los Papas Pío IX y Juan XXIII; el arzobispo mons. Tomás Regio, el sacerdote francés Guillermo José Chaminade, fundador de la familia marianista; y el monje benedictino irlandés dom Columba Marimón, escritor y maestro espiritual. Los cinco, unidos –como recordó el Santo Padre– por su "profunda devoción mariana. A Pío IX, el Papa del dogma de la Inmaculada Concepción, el pueblo cristiano le agradecerá siempre el haber proclamado esta estupenda verdad de fe, fuente de luz y esperanza para el destino del mundo y de todo hombre. Juan XXIII dejó en su Diario del alma el testimonio de un amor filial a la Virgen Santísima, que se resume en la invocación: ‘Madre mía, confianza mía’. A las mujeres de todas las edades y condiciones el obispo Tomás Regio les proponía como modelo a María, ‘mujer por excelencia, espejo limpísimo en el que es necesario reflejarse para aprender qué es lo que debemos hacer por amor a su Hijo’. El padre Chaminade, dirigiéndose a sus religiosos, decía: ‘Somos misioneros de María, que nos dijo: Haced lo que Él os diga’... El abad Marmión escribió en su célebre libro Cristo, vida del alma:’Si Jesucristo es nuestro Salvador, porque asumió la naturaleza humana, ¿cómo podremos amarlo verdaderamente, cómo podremos asemejarnos a Él perfectamente, sin tener una devoción particular a la Mujer de quien recibió esa naturaleza humana?’"


Revista 658