por Rafael María Stern
Queridos hermanos de AVE MARÍA:
Todavía con la emoción en mi alma de la visita del Papa a Israel, dicto esta carta desde mi cama del hospital. Me han venido a ver varios sacerdotes que me traen periódicos franceses, alemanes e ingleses y me dicen que en Europa, antes cristiana, no se da importancia alguna a la peregrinación del Papa. Yo a estos sacerdotes les doy ánimo porque sé que las cosas cambiarán y que Europa será otra vez cristiana. Ahora bien, lo que ha ocurrido en Israel es algo grandioso. En hebreo, para definir la grandeza de un hombre, decimos "acil nefesh", que es intraducible; lo más cercano es "alma noble". Esto es lo que se llama al Papa en la tierra de Jesús.
Quiso ir a Ur de los Caldeos, en Mesopotamia. Pero la mísera política le impidió el viaje. En Egipto, visitar las viejísimas comunidades coptas, anteriores a la invasión musulmana, que resisten la persecución. Fue un gozo para el Papa. Pero tuvo la pena de comprobar que cada año se pasan al islam miles de cristianos que no pueden escapar de la presión ambiental y del fanatismo musulmán. Consiguió también realizar su sueño de ir al Sinaí. Precisamente el presidente egipcio asesinado, Anuar El Sadat, quiso construir en el monte santo tres santuarios para las tres religiones monoteístas. Esto ya se ha olvidado tras su asesinato. Allí tuvo otra pena el Papa. Fue recibido fuera del monasterio ortodoxo. Celebró la misa en el altar improvisado fuera del monasterio. La comunidad ortodoxa quiso ignorarlo. Volvió con el dolor de ver la desunión de los cristianos, pese a sus esfuerzos.
Sin embargo, la peregrinación a Tierra Santa debió llenar de una alegría desbordante el corazón del Papa. Después de pasar por Jordania, donde le recibió el rey Abdalá II, y de ver la tierra prometida desde el monte Nebo, donde murió Moisés, entró en Israel por el verdadero lugar del bautismo del Señor, cruzando el Jordán, donde rezó largamente. A partir de este momento su peregrinación a Tierra Santa ha sido apoteósica. No esperó el Papa a que fueran a visitarlo. Tomó la iniciativa y fue a visitar a todos los jefes religiosos: al gran rabinato, donde charló largamente con el rabino Meir Lau, a quien conoce desde hace muchos años. Visitó al patriarca ortodoxo armenio y a todos los demás. Todo con una sencillez admirable. Hombre grande y humilde. Impresionó a los judíos, que decían: "No sabíamos que era así, es muy familiar, tan uno de nosotros en todo momento". A partir de ahora para el pueblo judío el catolicismo no va a ser lo mismo. Aprendieron con corazón abierto cómo hay que comportarse y respetar a otra religión.
Su ida a Belén fue un paréntesis. Hoy Belén pertenece a la autoridad palestina. Allí se trata de ocultar que hace pocos años Belén era cristiana y ahora los cristianos estamos en minoría. Poco a poco se va eliminando lo cristiano y el lugar del nacimiento del Salvador es como un museo para los peregrinos. Se les admite por el dinero que aportan, pero de cristianismo, nada. Allí visitó el campo de refugiados de Deheyshe. El cardenal Cassidy preguntó cómo es posible que después de seis años siga siendo un campo de refugiados de palestinos entre palestinos.
Pero el Papa Juan Pablo II visita con gran honor Israel. El pueblo judío, como acabo de decir, lo recibe con respeto, admiración y alegría. Jamás ha habido en el mundo un Papa que hiciera tanto por la unión católico-judía. Nunca un Papa condenó con tanta firmeza el antisemitismo y el odio de razas en general. Tiene además el mérito de influir en gran manera en el derrumbe del comunismo. Los historiadores, a partir de ahora, tendrán que tener en cuenta lo que hizo el Vaticano y lo que hizo el Papa para bien de esta generación. Pues bien, visitó al Jefe de Estado de Israel y visitó otra vez a los grandes rabinos. Y en las calles –cosa inaudita– los judíos le aplaudían y le vitoreaban. El pueblo que fue despreciado por otros pueblos sabía agradecer a quien le amó siempre.
Hubo una visita emocionante al Yad Be Shem, al salón del recuerdo. Allí se celebra la memoria de los judíos asesinados en los campos de concentración. Todo fue conmovedor; el Papa lloró. Estaban presentes personas que él mismo salvó con su intervención. Este encuentro impresionó a toda la nación. Pero hay más, con la venida del Papa a Tierra Santa han sucedido cosas casi milagrosas. Todo Israel sabía la hora de la llegada del Papa. Era un día lluvioso. Nueva dificultad. Pero en el momento de su llegada dejó de llover y salió el sol. Eso mismo sucedió ante la gran Misa de las Bienaventuranzas. Llovía durante toda la noche. Llegó él y salió el sol. Bienvenido sea este hombre adorable sucesor de nuestro Señor Jesucristo. Por primera vez en la historia el pueblo judío aplaudía a un Papa.
Por la mañana, temprano, Misa en el Cenáculo. Luego visita la basílica de la Agonía, de Getsemaní. De allí, en helicóptero, al norte. Visita la iglesia de la multiplicación de los panes y peces en Tabgha. Visita Cafarnaún. Misa en la loma de las Bienaventuranzas. Misa para la juventud. Misa de alegría. Misa de la familia. Todo esto es agotador, pero el Papa lo soportó. Llegó el último día, el sexto día. ¡Qué pena que el Papa tuviera que volverse! En Israel, desde las autoridades del Estado y del gobierno hasta el hombre de la calle, eran felices teniendo de huésped de honor a su santidad el Papa. Celebró Misa en Nazaret.. Los islamistas se habían preparado para hacer algo mientras el Papa celebraba la Santa Misa. Pero vieron al Papa y su aspecto tan tranquilo y bondadoso, y ellos mismos cambiaron y se tranquilizaron. ¿No es esto formidable?
De allí volvió a Jerusalén, y en el gran salón de Notre Dame se reunió con los invitados de las tres religiones monoteístas. Solamente el muftí de Jerusalén no se dignó acudir, porque para él, musulmán ortodoxo, los cristianos y los judíos son infieles. Después de la reunión, visitó su santidad el monte del Templo, donde en tiempos pasados brillaba la grandeza del gran Templo de Salomón. Ahora es la planicie para tres mezquitas. Allí el Papa soportó un desagradable discurso del muftí. Pero el Papa escucha silencioso y ora, sin ofender a nadie. De ahí bajó al Muro de las Lamentaciones, pronunció el Salmo que rezan los judíos glorificando a Jerusalén y suplicando a Dios la paz. Oró por la vuelta de Israel al camino de recibir al Mesías, cuyo sucesor es el Papa, y depositó con cariño la oración que él mismo había compuesto, en las grietas del santo Muro.
Para despedirse, estuvo en el Santo Sepulcro y rezó arrodillado largamente junto a la tumba vacía del Señor. Pero su corazón no podía alejarse de allí. Por eso, en cuanto acabó su comida, quiso volver al Santo Sepulcro fuera del programa. Postrado en tierra, estuvo veinte minutos más hablando con el Señor. ¡Qué momento de emoción más grande! Todo en este Papa es único. Los judíos ya piensan de otra manera de lo que es ser católico. El Papa declaró que se sentía feliz en la Tierra de Jesús. Ya sabéis que es costumbre en Israel plantar un árbol con el nombre de los bienhechores de nuestro pueblo. Jóvenes judíos ya han sembrado en el bosque de los bienhechores el árbol Juan Pablo II.
Tengo que terminar. Ésta ha sido una peregrinación histórica de un hombre que es una bendición para la Iglesia y para la humanidad entera. Ha sido una visita, una peregrinación de reconciliación entre todos los creyentes. De aquí saldrá algo grande que Dios Nuestro Señor, en sus planes admirables, tiene destinado. La historia juzgará con honores a este Papa, pero nosotros sabemos, como hijos de la Iglesia, que esta siembra va a producir frutos admirables en orden a la conversión de los hombres a la verdadera fe.
Vuestro en Cristo. Me encomiendo a vuestras oraciones.