Abril de 2000

HAY MUCHA GENTE BUENA

por el P. Javier Andrés Ferrer, mCR

 

KAZUHIKO TANAKA

En Honshû, hermosa isla del Japón, hay una gran ciudad situada completamente al sur: la ciudad portuaria de Kure. Vive allí un misionero que trabaja en los suburbios de esta populosa urbe, llena, como todas, de golfos y maleantes. El P. Viera es su párroco, y lo que nunca hubiera sospechado es que entre los maleantes del barrio hubiera un corazón de oro...

Una tarde, fue a mirar, como acostumbraba, su buzón de correos y encontró en él una carta. La abrió y leyó en japonés lo siguiente:

"Perdone que sin preámbulos entre en materia. Yo soy un famoso furyo (nombre en japonés que significa maleante, golfo) de Kure. No se extrañe de que siendo quien soy me dirija a usted. Lo hago impulsado por la persuasión de que Dios es el único que jamás abandona a hombres como yo. En la última limpieza de furyos realizada por la policía, yo también fui cazado y entré en la prisión. Desde la ventanilla de mi celda se divisaba la iglesia. Aquella sensación de paz que la envolvía me llegó al alma y me hizo entrar dentro de mí. Sentí vivos deseos de enderezar mi vida, y allí mismo lo propuse. Desde entonces he hecho todo lo posible por cortar con los furyos y emprender un nuevo camino. Pero el mundo no ha querido reconocer mis esfuerzos; al contrario, ha seguido echándome en cara lo que yo era antes, tirando así por tierra mis mejores propósitos. Esa es la verdad, padre; yo no puedo rehacerme. Más de una vez he estado a punto de volver a los furyos. Pensaba entonces en mi porvenir del día de mañana y no encontraba en el horizonte sino desesperación. ¿Qué haré, padre? ¿Habrá alguien que ponga en mí sus ojos y vea mis esfuerzos? Sí, creo que Dios lo ve. Yo creo en Dios. Por eso me he dirigido a usted, para que me lo dé a conocer y me proporcione su gracia y así logre la regeneración de mi vida".

Evidentemente, el padre estaba ya acostumbrado a la gran obra que la gracia de Dios produce en las almas, pero esto era algo inusitado para él. La policia realiza con frecuencia numerosas redadas para capturar a los furyos de Kure, que cada vez son más por la sencilla razón de que la población va en aumento, mientras que el trabajo disminuye. Una vez apresados, los furyos son juzgados y encerrados en prisión hasta que prometen buena conducta, sobre todo en aquellos que son juzgados por segunda y tercera vez. En ese estado se encontraba el muchacho que escribía al P. Viera.

Habían pasado algunos días desde que había llegado la carta del joven, y el padre meditaba y meditaba en la respuesta que debía darle, cuando al mirar otra tarde su buzón de correos, encuentra una nueva carta del mismo muchacho que, vencido por la gracia divina, se ponía de nuevo a los pies del sacerdote de Cristo para pedirle su bendición.

"Supongo que habrá recibido mi carta anterior. Había pensado ir a visitarle, pero no acabo de decidirme, no tengo ánimos. Hoy le escribo para decirle que en Kure hay muchos furyos como yo. Ante un porvenir sin esperanza ninguna, pasan los meses y los días sin ningún apoyo ni agarradero en la vida. Entre ellos, sin duda alguna, habrá quienes como yo estén sumergidos en la tristeza, y sin embargo crean en Dios y estén buscándole. Nosotros los furyos nos parecemos todos mucho, y por eso pienso que a ellos les pasará lo mismo que me pasa a mí, y que al igual que yo andarán buscando la salvación en Dios. Si se les pudiese abrir una esperanza luminosa a ellos, padre, que han perdido todas las esperanzas... Yo creo que entonces se cometerían menos crímenes y habría menos desgraciados.

Una vez que hemos caído en el barro, ya no podemos salir de él si alguien no nos tiende una mano y nos saca afuera; si no hay alguien que nos la tienda, nos hundimos cada vez más. El mundo lo ve y lo sabe, y se cruza de brazos. Parece que se goza de vernos así. ¿No habrá, pues, esperanza para nosotros los furyos?... Yo sólo la encuentro en Dios. Ciertamente que si usted me pregunta quién es Dios, no sabría qué responderle. Sólo una cosa sé y creo: que Él es el único que nos puede socorrer en medio de los dolores y miserias de esta vida humana.

Suplico pues a usted y a todos los de la iglesia que a nosotros los furyos y, en general a todos los desgraciados, nos prediquen la doctrina de Dios y nos proporcionen su gracia. Entonces se verían desaparecer los crímenes y disminuir los que en esta ciudad arrastran lastimosamente su existencia.

Me he decidido a escribirle esta segunda carta, no por interés propio, sino porque sé que hay otros muchos que quieren ser buenos y no pueden; y quiero que logren la dicha de serlo con la gracia del Señor.

Perdón por haberle molestado con una carta tan larga. Perdone también mi mala letra. Saludos a todos los de la iglesia.

Kazuhiko Tanaka"

El sacerdote no demoró más la respuesta. Lo que debía hacer inmediatamente era hablar con este joven que estaba pidiendo a gritos la misericordia de Dios. Y así lo hizo. Se fue a su iglesia, oró durante un cuarto de hora con su Dios y Señor, y puso manos a la obra. Si Dios la había empezado, Él mismo la llevaría a término.

El P. Viera tuvo una entrevista con Kazuhiko en la que hablaron largo y tendido sobre Dios, su bondad, su misericordia, su amor, su Madre..... Ya sabe ahora Kazuhiko responder a la pregunta de quién es Dios, ya sabe que es su Padre, que le quiere, que le ama y que por él ha muerto en la cruz para que tenga vida, la vida eterna..... Kazuhiko ha comprendido bien, ha pedido el bautismo y, ahora, tiene un gozo que no le cabe en el alma y ese gozo le ha desbordado, de tal manera que ha vuelto a estar entre los furyos, pero no para ser como ellos sino para que ellos se hagan como él. Y les ha hablado de Dios, se ha convertido en el apóstol de los furyos. Ya no va él solo a visitar al P. Viera y a la iglesia. Va con sus amigos los furyos: uno, dos, tres..... ocho le acompañan. Vienen a buscar solución a su vida. Más no, porque han pensado: "Es mejor que nosotros nos formemos a conciencia para luego poder hacer bien a nuestros compañeros..., y si vienen más, ya no podremos formarnos tan bien"

El padre les ha dado trabajo en la misma iglesia y, acabado el cual, reciben de sus propios labios la doctrina de Cristo, que se gloriaba de estar entre pecadores.

Así se va escribiendo, poco a poco, la historia del moderno catolicismo japonés. Es Cristo quien la escribe y nosotros sus puros instrumentos. Es Él quien toca los corazones de los hombres buenos que acaban amando al Señor. Los sacerdotes no son más que meros instrumentos que han de saber ver en todo momento cuál es la obra de Dios en las almas. Los sacerdotes... y también esas almas que, Dios sabe dónde, se dedican a rezar y hacer penitencia por los pecadores siguiendo el mensaje que el Corazón de Jesús dio a su sierva Margarita María de Alacoque. Su oración siempre es efectiva. A lo mejor oran o se sacrifican en Barcelona y su semilla cae en las tierras japonesas. Así es la cosecha del Señor. Sus hijos siembran y sólo Él, dueño de la mies, sabe dónde recoge. ¿Quién tocó el corazón de Kazuhiko? Podemos afirmar con cierta seguridad que algún alma que se sacrificaba y rezaba por los pecadores.

Desde estas páginas un reconocimiento a esas almas buenas que se inmolan cada día por los pecadores. Que no desesperen porque el Señor siempre recoge la siembra. Y aunque aquí en la tierra no vean el fruto, ya lo verán en el cielo. Oremos por los pecadores como almas buenas consagradas al Señor. Cumplimos así con esa gran verdad que confesamos en el Credo: Creo en la comunión de los santos.

.

Revista 652