La Iglesia, aun reconociendo las virtudes heroicas de sus hijos y su santidad de
vida, no los sube al honor de los altares y no los propone ante los demás
católicos como modelos que se deben imitar, si no media de parte de Dios un
hecho contundente, por encima de todas las fuerzas de la naturaleza, sin
explicación humana alguna, que llamamos milagro. Los milagros autentican de
parte de Dios que un cristiano que ha muerto en olor de santidad ciertamente
está en la gloria y es ejemplo para toda la Iglesia militante.
El P. Cóndor, postulador para la beatificación de Francisco y de Jacinta, ha
realizado una carrera contra reloj para que las gracias extraordinarias y
milagros obtenidos por los dos niños pasaran después de la comisión de
médicos, después de la aprobación de la comisión de teólogos y, finalmente,
después de la comisión de cardenales, a manos del Sumo Pontífice para que
él, conociendo todos los informes, señalara el día de la beatificación.
Entre las curaciones extraordinarias, tenemos el caso de una húngara, aplastada
-diríamos de manera irrecuperable- por un autocar. Fracturas de miembros
superiores e inferiores, lesiones torácicas y cráneo-cerebrales. Tras el
accidente, se invocó a los videntes Francisco y Jacinta y resultó que,
saliendo del estado de coma, no le ha quedado secuela alguna de lesiones
cerebrales, aunque su pronóstico era mortal. Su caja craneal, hundida contra su
cerebro por cuatro sitios, unos años después estaba como si no hubiera pasado
nada. La muchacha, que tenía un pronóstico mortal, en la actualidad realiza
todas las actividades plenamente, incluso danza con agilidad admirable.
El Dr. Hennet, de la comisión médica, quedó muy impresionado por la curación
de una mujer de Málaga que tenía una esclerosis cancerosa. El único
tratamiento posible era la extirpación del hígado y sufrir a continuación un
trasplante de la víscera. Pues bien, esta mujer se curó definitivamente sin
tener que esperar el trasplante previsto. El 24 de marzo fue cerrado el proceso
canónico de este milagro por el obispo de Málaga y enviado a la Congregación
de las causas de los santos.
Con todo, en Roma esperaban todavía algo más concluyente que llegó con la
curación de María Emilia Santos. Se trata de una parapléjica imposibilitada
desde hacía 22 años y sin ninguna patología psíquica. Se curó
instantáneamente, por completo, dejando admirados a cuantos científicos la
examinaron. Después de pasar por las juntas que analizaron el milagro,
finalmente los obispos y cardenales de la Congregación para la canonización de
los santos reconocieron que se trataba de una curación milagrosa debida a la
intervención divina, por la intercesión de Francisco y Jacinta.
Los padres de Francisco y Jacinta, Manuel Marto y Olimpia de Jesús. El padre murió en febrero de 1957, la madre en abril del año anterior.
Tras la curación de María Emilia Santos, el obispo de Fátima, Mons. Serafín
Ferreira, suplicó al Papa la beatificación de los dos videntes de Fátima el
13 de mayo de 2000. La invitación pública estaba hecha. Mas entonces Juan
Pablo II comunicó al presidente de la Conferencia Episcopal la imposibilidad de
disponer de tal fecha para la beatificación, pues le tenían atado otras
obligaciones de su calendario pastoral.
Finalmente, con motivo de la visita ad limina de los obispos portugueses, el
obispo de Leiría anunció con gran alegría que el Santo Padre había aceptado
la invitación de ir a Fátima como peregrino. El proyecto de esta
peregrinación, sería de la siguiente manera: Aterrizar el 12 de mayo en la
base aérea de Monterreal, a 4 km del santuario de Fátima. Proceder a la
beatificación el día 13, y volver a Roma el 14 para las ordenaciones previstas
el domingo en la Basílica de San Pedro. Este plan entusiasmó al Sumo
Pontífice, que contentó así los deseos del episcopado portugués.
Desde que se ha reconocido el milagro, sor Lucía del Corazón Inmaculado,
carmelita en el Carmelo de Coimbra, ha manifestado su deseo de asistir a la
ceremonia de la beatificación. Su presencia en Cova de Iría el 13 de mayo
próximo significará la aprobación implícita de la Iglesia de sus escritos, y
de su vida como carmelita y vidente de Nuestra Señora en Fátima. Esta
beatificación equivale a la aceptación por parte de la Iglesia del testimonio
de Lucía y, por consiguiente, de la verdad de las apariciones.
La beatificación de Francisco y de Jacinta en este último año del milenario
parece una nueva gracia, una extraordinaria gracia que el cielo envía a la
Iglesia y a todos los cristianos para que abran sus ojos a la verdad del mensaje
de Fátima. La Iglesia entera espera que a partir del próximo 13 de mayo se
reconozca la verdad plena y total de los testimonios de Lucía, que es el
testigo fundamental de las exigencias divinas y que, por consiguiente, se pueda
divulgar al mundo entero el tercer secreto de Fátima que permanece aún oculto,
así como la consagración colegial de Rusia al Corazón Inmaculado de María.
La luz de Fátima brilla al fin entre las tinieblas de este mundo. Que los
nuevos beatos Francisco y Jacinta nos confirmen en una vida nueva según los
deseos de Nuestra Señora aparecida en Fátima. Desde donde estemos, en aquel
día unámonos al Papa y a sor Lucía con todo el episcopado portugués y los
otros cientos de obispos que acudirán a la ceremonia, para que una nueva época
de luz comience para la Santa Iglesia.
P.A.C.
13 DE MAYO:
BEATIFICACIÓN DE FRANCISCO Y JACINTA DE FÁTIMA
Cuentan que los curiosos que se acercaban a Francisco y Jacinta Marto, se admiraban: -Junto a ellos se siente un no sé qué de sobrenatural, decían. Era el Espíritu de Dios que se traslucía en aquellos niños de apariencia sencilla, mirada profunda y encantadora naturalidad. El P. Garrigou-Langrange, en su libro "Existencia de las virtudes heroicas en los niños", dice que la heroicidad, aun antes de la preadolescencia, es posible. Y el autorizado teólogo apoya su tesis con el ejemplo de la vida de Francisco y Jacinta, dos de los tres niños que en 1917 vieron a la Virgen en Fátima. "En estos niños encontramos una heroicidad real de virtudes", afirma. Y así lo ha reconocido oficialmente la Iglesia. Francisco y Jacinta Marto serán beatificados este 13 de mayo, en Fátima, por el Papa Juan Pablo II. Con 10 y 9 años respectivamente, serán los beatos más jóvenes de la Iglesia. Soportaron con increíble entereza las coacciones, amenazas y torturas a que fueron sometidos por las autoridades, fidelísimos a la misión que la Virgen les había encomendado. He aquí algunas pinceladas de su fisonomía espiritual:
De los tres videntes de Fátima Francisco es el menos conocido. Pero en
Francisco brilla su humildad y su inquebrantable fidelidad a la gracia. Fue un
verdadero contemplativo. Las palabras del Ángel en su tercera aparición (junio
1916): "Consolad a vuestro Dios", causaron honda impresión en
el alma del pequeño pastorcito. Su prima Lucía ha escrito: "En cuanto a
Jacinta, parecía preocupada, con el único pensamiento de convertir pecadores y
preservar las almas del infierno. Él parecía pensar solamente en consolar a
Nuestro Señor y a la Virgen, que le habían parecido estar tan tristes".
En cierta ocasión su prima le planteó un dilema sutil: -¿Qué te gusta más:
consolar a Nuestro Señor o padecer por los pecadores para librarlos del
infierno? Y Francisco, sin titubear respondió: -Consolar a Nuestro Señor. ¿No
recuerdas la tristeza de la Señora cuando pidió que no ofendiesen más a
Nuestro Señor, que está muy ofendido? Y añadió, vislumbrando la conexión
íntima de las dos formas de amor: -Quisiera consolar a Nuestro Señor y, luego,
convertir a los malos a fin de que no le ofendan más...
Le gustaba mucho pensar. Dominado por el sentimiento de la presencia de Dios,
recibido en la luz que María comunicó a los videntes en las apariciones,
discurría: "Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos
quemábamos. ¿Cómo es Dios? Esto no lo podemos decir. Pero qué pena que Él
esté tan triste; ¡si yo pudiera consolarle!".
Con su hermanita, imitaban al Ángel precursor de la Virgen, que preparó sus
corazones para los grandes acontecimientos que habían de vivir. Postrados, en
actitud de adoración, repetían las oraciones que aquel ser misterioso les
enseñó:
Dios mío, yo creo, yo os adoro, yo espero y os amo. Os pido perdón por los
que no creen, ni os adoran, ni esperan, ni os aman.
Santísima Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, os adoro
profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo presente en todos los Sagrarios de la tierra, en
reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es
ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón
Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Un día Francisco se perdió en el campo. Lucía y Jacinta lo buscaron
desazonadas. Lo encontraros detrás de unas matas, absorto, de rodillas y ajeno
a todo lo externo, diciendo la oración del Ángel: Santísima Trinidad...
En la cárcel, Jacinta se lamentaba por el abandono de sus padres. Francisco la
animó y en actitud de plegaria añadió: ¡Oh Jesús mío, por vuestro amor
y por la conversión de los pecadores! Y, entre los presos comunes, cobraron
aliento rezando el Rosario.
Con mucho interés aconsejaba a su madre que nunca dejara de rezar la
jaculatoria que la Virgen les había enseñado: ¡Oh Jesús! Perdonad
nuestras faltas, llevad al cielo a todas las almas, especialmente a las más
necesitadas de vuestra misericordia.
En la enfermedad, confió a Lucía: "¿Nuestro Señor aún estará triste?
Tengo tanta pena de que Él esté así. Le ofrezco cuantos sacrificios
puedo".
La víspera de morir se confesó y comulgó, con los más santos sentimientos.
Después de cinco meses de casi continuo sufrimiento, el 4 de abril de 1919,
primer viernes, a las diez de la mañana, murió santamente el consolador de
Jesús.
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La primera fotografía de
los videntes, tomada el 13 de julio de 1917, día de la tercera
aparición.
Jacinta, Francisco, Lucia |
Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores a fin de arrebatarlos al
suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto la impresionó.
Preguntaba a Lucía: "¿Por qué Nuestra Señora no muestra el infierno a
los pecadores? Si lo viesen ya no pecarían, para no ir allá. Has de decir a
aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente. Verás cómo se
convierten. ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el
infierno!"
Antes de morir, Nuestra Señora se le apareció varias veces. He aquí algunas
de las frases proféticas y llenas de enseñanza que dictó a la madre María
Purificación Godinho, que la asistió en Lisboa:
Sobre el pecado:
Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne.
Han de venir unas modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor.
Las personas que sirven a Dios no deben andar con la moda. La Iglesia no tiene
modas. Nuestro Señor es siempre el mismo.
Los pecados del mundo son muy grandes.
Si los hombres supiesen lo que es la eternidad harían todo para cambiar de
vida. Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte de Nuestro Señor ni
hacen penitencia.
Muchos matrimonios no son buenos, no agradan a Nuestro Señor ni son de Dios.
Sobre la guerra:
Nuestra Señora dice que en el mundo habrá muchas guerras y discordias.
Las guerras no son sino castigos por los pecados del mundo.
Nuestra Señora ya no puede retener el brazo de su amado Hijo sobre el mundo.
Es preciso hacer penitencia. Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía
salvará al mundo; pero si no se enmienda, vendrá el castigo.
Sobre los sacerdotes y los gobernantes
¡Pida mucho por los sacerdotes! ¡Pida mucho por los religiosos!.
Los sacerdotes sólo deben ocuparse de las cosas de la Iglesia.
Los sacerdotes deben ser puros, muy puros.
La desobediencia de los sacerdotes y de los religiosos a sus superiores y al
Santo Padre ofende mucho a Nuestro Señor.
¡Pida mucho por los gobiernos!
¡Ay de los que persiguen la religión de Nuestro Señor!
Si el gobierno deja en paz a la Iglesia y da libertad a la santa religión será
bendecido por Dios.
Sobre las virtudes cristianas:
No ande rodeada de lujo; huya de las riquezas.
Sea muy amiga de la santa pobreza y del silencio.
Tenga mucha caridad, inclusive con quien es malo.
No hable mal de nadie y huya de quien habla mal.
Tenga mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo.
La mortificación y los sacrificios agradan mucho al Señor.
La Confesión es un sacramento de misericordia. Por eso es preciso aproximarse
al confesionario con confianza y alegría. Sin confesión no hay salvación.
Durante la enfermedad -pleuritis purulenta-, confió a su prima: "Sufro
mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar
al Corazón Inmaculado de María".
Al despedirse de Lucía le hace estas recomendaciones: "Ya falta poco para
irme al cielo. Tú quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el
mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no
te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del
Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús
quiere que a su lado se venere el Corazón Inmaculado de María, que pidan la
paz al Inmaculado Corazón de María, que Dios la confió a Ella. ¡Si yo
pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro del
pecho, que me está abrasando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y
del Corazón de María!".
Murió santamente el 20 de febrero de 1920. Su cuerpo reposa, como el de
Francisco, en el Crucero de la Basílica, en Fátima.
Fátima es -como se ha dicho- "la réplica celestial al ateísmo de
nuestros tiempos". Fátima es "la misericordia de Dios hecha ternura y
corazón de Madre sobre nuestra generación". Fátima urge el perenne
programa evangélico: oración y penitencia. Fátima es un llamamiento a la
santidad.
Que María Santísima, la Señora del rosario en la mano y el corazón al
descubierto, camino de Dios y mensajera de la paz, nos obtenga a todos la fuerza
necesaria para vivir como hijos de la luz, con toda fidelidad. Ella misma nos ha
dado unos medios seguros: consagración al Corazón Inmaculado de María,
el rezo diario del Rosario y la práctica de los primeros sábados de
mes.
Mercedes Morer Vidal