por el P. José Mª Alba Cereceda S.J.
Al concluir este mes de diciembre el Año Jubilar, con el que el Papa ha querido introducir a la Iglesia en el nuevo siglo, debemos abrir nuestro corazón a la esperanza, puesto que estamos ya al final de la época de la impiedad anticristiana y se aproxima el reinado de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Son tantos los motivos para la esperanza, que nos abruman con su abundancia. Enumeraremos los más patentes a la vista de todos:
El mismo año jubilar. Roma se ha convertido en la capital del mundo. A roma la cristiana han acudido millones y millones de fieles de todo el mundo. Millones de jóvenes. Miles de obispos. Miles de sacerdotes. Miles de intelectuales, filósofos, hombres de ciencia. Miles de diplomáticos, políticos, jefes de pueblos o de empresas. Todas las clases sociales, todas las razas se han dado cita de unión bajo la mirada del sucesor de nuestro Señor Jesucristo en la tierra. Nunca ocurrió cosa semejante. Todo de cara al Dios revelado en nuestro Señor Jesucristo, el Único Salvador. Todo de espaldas a las políticas imperantes condenadas a una vía muerta.
El Papa consagra el mundo al Corazón Inmaculado de María, precisamente en presencia de la imagen traída desde Fátima y rodeado de 1.500 obispos del mundo entero. Impresionantes palabras del Papa a la Virgen en el acto de consagración. Nuestra única esperanza para los nuevos tiempos viene de Ella.
La manifestación pública del mensaje total de la Virgen en Fátima. La Iglesia vuelve sus ojos a los cinco tiempos del mensaje de la Virgen: la apostasía y la condenación de muchos al infierno; el valor de la oración y del sacrificio, y la devoción al Corazón Inmaculado de María; el siglo de los mártires y las persecuciones de la Iglesia; la conversión de Rusia y el triunfo del Corazón Inmaculado de María, y una época de paz.
La beatificación del Papa de la Inmaculada, Pío IX, con todo lo que esto significa. Es el preanuncio de la victoria de María sobre los poderes del mal. Y junto a María, la corte de los 447 santos y los 994 beatos en su gran mayoría mártires de la fe, que han subido a los altares bajo el pontificado de Juan Pablo II.
Los 92 viajes misioneros del Papa, que proclaman en todas las lenguas del mundo, como en un nuevo Pentecostés, la fe en Cristo que salva y el fracaso de la ciudad de este mundo sin Dios.
El prodigio de los viajes misioneros de la patrona de las misiones, santa Teresita del Niño Jesús. Sus reliquias, guardadas en una urna preciosa, se han llevado en olor de multitudes por todos los lugares por donde han pasado. París, Marsella, Luxemburgo, Bélgica, Alemania. Desde febrero a junio han viajado las enormes distancias desde San Petersburgo y Moscú hasta Vladiwostoc, pasando por Kazakhistan. En verano, Argentina y Brasil, para volver a Italia al final del Jubileo. Sus reliquias han visitado también las islas Filipinas, Taiwán, y Hongkong. El año próximo irán a Méjico, Irlanda, Líbano, Canadá, Austria, Nueva Caledonia, Islas Marianas. Santa Teresita está ciñendo el mundo con el amor misionero que ardía en su pecho. Ella hará que todos los pueblos sean hijos de la Iglesia.
Los últimos documentos doctrinales son escritos proféticos
para un mundo nuevo que viene y que tendrá en ellos la guía segura para
permanecer en la fe de la Iglesia. El mismo cardenal Ratzinger, con motivo
de la publicación del llamado secreto de Fátima, ha repetido lo que en
otras ocasiones ha afirmado: que estamos en los últimos tiempos. No en el
fin del mundo, sino en el fin de estos tiempos de iniquidad en los que
reinan los delitos contra la vida y el desprecio de las leyes de Dios. Se
prepara el nuevo tiempo de María, el tiempo que prepara el reinado social
de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando veáis estas señales levantad vuestras cabezas porque se acerca
vuestra liberación, nos dijo nuestro Señor. El ambiente general es de
tal naturaleza que no puede afirmarse nada como estable. Rumores de guerras,
de tensiones mundiales, de conflictos en todas las escalas. En cualquier
momento puede ocurrir cualquier cosa. Por nuestra parte esperemos con la
confianza serena de que, en ningún momento en estos tiempos aciagos, no nos
faltará la protección especialísima de su Providencia. Entremos en el
siglo futuro con la paz profunda de que pasadas las tinieblas que nos
envuelven se abrirá camino el reino de la verdad y de la justicia, del amor
y de la paz.