por Juan Manuel Cabezas Cañavate
Un canónigo de la diócesis de Cuenca ya fallecido escribió hace bastantes años una vida de Don Cruz. Cuando narra su muerte tuvo la ingeniosa idea de comparar la Pasión de Jesucristo con la de Don Cruz, mostrando asombrosos parecidos en no pocos de sus momentos. Pero quién le iba a decir a él que todavía algún tiempo después iba a producirse otro acontecimiento que añadir a dichas similitudes. El nuevo Beato, Don Cruz Laplana, modelo de Obispo y de sacerdote, resultaría calumniado con la misma, exactamente la misma calumnia con que fue ofendido, en su día, su supremo Señor y modelo, su hermano mayor, nuestro hermano mayor, Jesucristo.
Cuando Jesucristo es conducido ante Pilatos, es acusado de ser un agitador político, opuesto al César, que constituía en aquel momento histórico, el poder supremo temporal. Cualquiera que hubiera conocido a Jesucristo un poco, que hubiera seguido sus discursos, sabría que era una calumnia burda, amparándose en algunas palabras y actuaciones que literalmente eran de Jesucristo, pero que consideradas de modo aislado y separadas del resto de su enseñanza podían tener un sentido distinto. Por supuesto, este era el fin pretendido por sus acusadores; a saber, engañar fácilmente a quienes vivían desconocedores de Jesucristo y de su predicación y confundir a los que todavía lo conocían sólo superficialmente.
Del mismo modo, en esta ocasión, el Beato Cruz ha tenido el honor de recibir el mismo trato que recibió Jesucristo. A éste lo calumniaron los fariseos y escribas, llenos de envidia y rencor. Los fariseos de nuestros días han hecho al Beato Cruz objeto de sus odios, lo que no quita ningún honor a éste, antes lo engrandece, pero sí muestra la bajeza moral de los que tergiversan los hechos y palabras a sabiendas para engañar a las masas que no conocen la verdad.
Pero entremos en materia. Con gran asombro nuestros calumniadores del Beato Cruz Laplana acusan a la Iglesia de haberse saltado un capítulo en la vida del mismo. No es verdad. La Iglesia ha estudiado todo con minuciosidad, en un proceso que empezó en 1953 y sólo concluyó en 2006. Un resumen de toda la causa está recogido en la Positio (libro con los principales testimonios sobre Don Cruz y los diferentes pasos seguidos hasta la beatificación) donde se puede contemplar perfectamente la veracidad de lo que venimos exponiendo. Los que calumnian a Don Cruz, o no conocen de lo que hablan, y entonces deberían quedarse callados o lo conocen y ocultan no uno sino casi todos los capítulos del Beato Don Cruz; han sido ellos los que han falsificado así su imagen y han caído en el famoso adagio: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Para ayudar a las personas que desean conocer la verdad vamos a transcribir parte de la declaración de uno de los testigos del proceso de canonización de Don Cruz. Referimos un extracto de las manifestaciones que hizo el alcalde socialista de Cuenca en 1936, D. Antonio Torrero González, en la causa de beatificación de Don Cruz, diciendo textualmente lo que reproducimos a continuación: “D. Cruz Laplana, como tal D. Cruz Laplana, no había nada contra él, como contra el otro señor (D. Fernando Español); el meterse con ellos fue por ser Obispo, por ser Sacerdote. Yo, desde luego, puedo resaltar que el Sr. Obispo, en política, huía de toda ella. La impresión en que se le tenía en Cuenca era que era buena persona, y no se le tenía odio alguno”.
Por si hubiera alguna duda, aclara en el mismo proceso, D. Antonio Torrero: “yo puedo decir que en el Palacio (episcopal) no se encontró absolutamente nada, ni de cartas, ni de periódicos, ni de armas, nada que pudiera ser comprometedor para el Sr. Obispo”. ¿Y nos tenemos que tragar la mentira de que era un Obispo político, metido a agitador, cuando las mismas autoridades de la época pertenecientes al Frente Popular nos afirman todo lo contrario bajo juramento de decir la verdad y de guardar secreto; es decir, sin que al declarante sus palabras le sirvieran para conseguir un bien o evitar un mal?
Pues no hemos acabado. Hay más. Como testigo de excepción, y a pesar del ambiente de terror que dominaba la zona republicana, el alcalde socialista de Cuenca reconoce que “en Cuenca, en general, cayó mal el hecho de la muerte; yo mismo, personalmente, lo llevé tan mal que me costó llorar, ¡les digo la verdad!; y en cuanto lo supe presenté la dimisión ante el Sr. Gobernador D. Antonio Garrido como protesta por la muerte del Sr. Obispo”.
¿Qué se puede concluir de estos datos, y de otros muchos que completan esta declaración, y de los testimonios de otros cincuenta testigos más que no podemos introducir aquí porque se haría interminable? Pues lo mismo que concluyó el alcalde socialista de Cuenca en 1936: “mi opinión sobre la muerte de los dos es que murieron como santos”.
¿Quién es el que se ha saltado un capítulo de la vida de Don Cruz? ¿La Iglesia? ¿No será más bien el señor que calumnia a Don Cruz en su artículo el que olvida no un capítulo de la vida de Don Cruz sino la biografía entera?
Con lo que leímos en nuestro anterior artículo era más que suficiente para comprobar la poca consistencia de la calumnia hecha al Beato Cruz. Por cierto que resulta sumamente interesante ver que es la misma Iglesia la que pregunta a los testigos si la muerte de las personas que han de ser consideradas mártires se debe a motivos religiosos o a motivos políticos o de otra índole. Ojalá con esa seriedad y deseo de veracidad hicieran otros sus investigaciones de memoria histórica; desde luego, una investigación histórica no se hace nunca, nunca, imponiendo las conclusiones por ley.
Pero vamos a hacer una rapidísima panorámica por todos los capítulos que olvidan los calumniadores de nuestro maravilloso Beato. Si leyeran bien y del todo el mismo libro del que manipulan algunos textos para manchar la memoria de un gran santo habrían leído que sólo al ministerio episcopal “consagró enteramente su vida el Obispo de Cuenca”.
En otra ocasión, en el mismo libro, afirma Cirac, que lo conoció bien, que “creía que los sacerdotes que, voluntariamente o por dejadez y rutina, se abstienen del ejercicio ministerial o se limitan al rezo del breviario y a la celebración de la Santa Misa, para dedicarse a funciones ajenas al estado sacerdotal, están en peligro de no santificarse y de perder la piedad”. Es decir, que ninguna duda cabía al prelado de cuál debía ser su ministerio y de hecho así lo fue, como lo testificaron tan ingente número de testigos, algunos aún vivos.
Y así vivió el Beato Cruz, entregado sin descanso a su labor evangelizadora y sacerdotal. Como nos dice Cirac, “el Señor Obispo tenía prisa y ansia por conocer, no sólo las tierras de su diócesis, sino también a cada una de las ovejas de su rebaño. Con la intención de conocer mejor a los sacerdotes y fieles de la diócesis, leía personalmente toda la correspondencia y accedía a todas las visitas que se le querían hacer. En septiembre de 1922, a los cinco meses de su pontificado en Cuenca, empezó la visita pastoral de la diócesis, que fue minuciosa y detallada, cuanto podía ser, en relación con las personas, los lugares y las cosas sagradas.”
El resultado fue, en palabras de Cirac, el siguiente: “es muy difícil llegar a conocer a la diócesis y a los súbditos propios por conocimiento directo y personal tan íntimamente como el Obispo de Cuenca conoció a los suyos.”
El Beato Cruz tuvo una especial dedicación a los sacerdotes y al seminario. Llegó en un momento en que estaba pasando dicha institución un momento delicado y bajo su mando, con la ayuda de Don Joaquín María Ayala, sacerdote intachable, “el seminario de Cuenca llegó a ser verdaderamente ejemplar por la disciplina, por el orden, por la piedad, por el estudio y por el servicio”.
Pero no acabó ahí la obra del Beato Cruz, “la ilustración religiosa de los fieles, y sobre todo la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, eran objeto de los desvelos del Señor Obispo de Cuenca”. Recorrió la diócesis llenándola de su predicación llena de unción, de la que son testigos irrefutables sus magníficas cartas pastorales.
En otro orden de cosas, durante su pontificado “fueron construidas o reparadas en la diócesis más de cien iglesias y capillas; para esta empresa creó el Obispo una sección especial en el Secretariado del Obispado, con personal especializado para la dirección y ejecución de las obras, que obtuvo maravillosos efectos en cuanto a la eficacia y a la economía.
Además, en el Obispado formó el Beato Cruz “con algunas piezas artísticas aisladas, un pequeño museo, y rogó al Cabildo que organizara el Museo de la Catedral. Los dos museos habían de ser la base del futuro Museo Diocesano, tal como lo concebía el Obispo”, nos recuerda Cirac.
Y para “la creación de la Biblioteca Diocesana Conquense recogió el Obispo, en el seminario, una gran cantidad de libros preciosos, y para organizarla y administrarla debidamente, ordenó que se convocaran oposiciones a una canonjía vacante, imponiendo al elegido el cargo de Bibliotecario Diocesano. La colección de libros recogidos comprendía casi unos cuarenta mil volúmenes, antiguos y modernos, literarios y científicos, algunos incunables, y otros curiosos o raros. La instalación definitiva de la Biblioteca Diocesana se haría en los salones del convento de la Merced, debidamente acomodado.”
Lo asombroso de todas estas realidades llevadas a cabo por el Beato Cruz es que se hicieron realidad en una época en que debido a las leyes anticristianas y antieclesiásticas de la República la Iglesia estaba en la miseria económica, no contando más que con la ayuda económica de sus fieles, en gran proporción gente sencilla y sin recursos.
De esta manera, gracias a la obra maravillosa del Beato Cruz, “entre los sacerdotes refloreció la fidelidad a la vocación y al ministerio sacerdotal, el celo apostólico y la piedad eucarística, y en la diócesis resurgieron las catequesis, se organizaron centros de Acción Católica y la piedad se fomentó con más fervor”, nos enseña Cirac.
¿Y este era –dicen- Obispo político y combatiente? Pues que Dios nos envíe muchos así.
Terminaremos, aunque abreviando muchísimo, nuestra panorámica sobre la vida del Beato Cruz. Queremos abordar un último aspecto que, de manera cobarde, es decir insinuando y diciendo sin decir, se ha achacado también al Beato Cruz, dando la impresión que era un hacendado. La verdad es que el Beato Cruz procedía de una familia bastante acomodada, pero él por amor a Cristo se hizo pobre. Todo lo contrario de lo que ocurre en nuestro mundo, en que con demasiada frecuencia los que se presentan como defensores de los pobres, están llenos de riquezas (no pocas veces de manera fraudulenta), Don Cruz pudiendo ser, por linaje y herencia, acaudalado, lo dejó todo por el servicio de Cristo y de las almas. “Desde que se consagró a Dios consideró todos los bienes que por cualquier título le pertenecieran, no como cosa de su propiedad absoluta, sino como cosas sacerdotales que, como su persona, pertenecían por la consagración a Dios y en su nombre a la Iglesia y a sus pobres. Nunca negó su limosna a quien se la pidió; muchas visitas iban sólo a exponer al Señor Obispo sus necesidades económicas y a pedir una limosna, que él les daba; socorría con cantidades periódicas a familias necesitadas, a enfermos crónicos y a estudiantes pobres.”, nos cuenta Cirac.
Un par de botones de muestra nos dirán más que muchas palabras. Extraído también del libro de Cirac: “No se desdeñaba de cualquier labor casera que él pudiera hacer. Una vez se puso a frotar en la pila del cuarto de baño para quitar ciertas manchas con un preparado que le habían recomendado.” “En la mesa fue siempre austero y parco. Comía poco, no tomaba helado ni café, a pesar de que le gustaban mucho”. “Tampoco quiso tener automóvil o coche propio.”
Precisamente, el Beato Cruz, tan austero consigo mismo, destacó de manera brillantísima y adelantándose a su tiempo en gran medida, por su preocupación social, prestando todo su apoyo a las iniciativas a favor de los más pobres y necesitados.
Es más, como nos recuerda nuestro buen canónigo “en Cuenca, lo mismo que en otras muchas diócesis españolas, no había personal debidamente preparado para la Acción Social ni para la Acción Católica. En esta parte de la Acción Diocesana el Obispo de Cuenca fomentó las iniciativas que se le presentaban, y trató de preparar a los sacerdotes, que sentían afición a las nuevas orientaciones, y sobre todo a los seminaristas, a los cuales deseaba formar perfectamente como los tiempos exigen.”
Con gran estupor nos hemos de enterar que el Beato Cruz supuestamente habría fomentado en Cuenca la Acción Católica para acabar con la izquierda política. Comentando esta calumnia vertida por algún periódico español, me decía un señor: “he pertenecido más de 20 años a la Acción Católica y nunca en la vida me han hablado de política, sólo me han formado religiosamente”. Precisamente por estatutos la Acción Católica tiene prohibida la militancia política, otra cosa es que aborde los asuntos temporales orientándolos según el Evangelio, pero sin ninguna participación institucional a favor de un partido o facción política. Otra cosa distinta es que sus miembros (no el Presidente, que lo tiene prohibido por derecho canónico) a título personal puedan, si libremente ellos lo desean, participar en la actividad política partidista. Pero nunca en nombre de la Acción Católica ni representándola.
El Sr. Obispo avivó lo más posible formar seglares consecuentes que actuaran consecuentemente con su fe en la labor por los más necesitados, en la configuración cristiana de la sociedad y, como no, también en la acción más directamente política. Y ese fue, según sus calumniadores, su gran pecado. No hay nada malo, todo lo contrario, en que aconsejara a unos hombres católicos que querían ser consecuentes en la acción política con su fe cristiana y que alentara a los que así actuaban, máxime cuando la situación social y política de España era gravísima, intentando el marxismo y la masonería acabar con la civilización cristiana en la sociedad, imponiendo el primero una dictadura comunista y la segunda la destrucción de la Iglesia. Ya se había experimentado en España con la revolución socialista de Asturias en 1934 y el peligro de caer en un caos era muy grande.
Que esto es así, es evidente a cualquier historiador que respete los datos existentes, ni ahora podemos entrar en esta cuestión. Pero baste como mero ejemplo el testimonio del primer presidente de la República española, que la dirigió desde 1931 hasta 1936 (y entonces fue cuando empezó lo peor, a partir de febrero), Niceto Alcalá Zamora, el cual en “Los defectos de la Constitución” asevera sin ningún rubor: “«Se hizo una constitución que invita a la guerra civil desde lo dogmático —en que impera la pasión sobre la serenidad justiciera— a lo orgánico…”
Expliquemos un poco más lo anterior con un ejemplo. Si en las circunstancias también muy difíciles de nuestro momento contemporáneo, un político católico consultara con su Obispo cuál debía ser su actuación concreta o incluso el hecho de si debía presentarse a las elecciones o no, ¿ya quedaría dicho Obispo tachado de político e imposibilitado para ser canonizado? ¿Y si el que hiciera la consulta fuera el Sr. Vázquez, embajador en la actualidad ante el Vaticano?
El mismo Sebastián Cirac, al que se achaca la revelación de la actividad política del Beato Cruz, afirma tajantemente en el proceso de canonización que “nunca en su vida intervino en política o tuvo aficiones por los partidos o caciques políticos. Su ejemplo, su preocupación y hasta su intervención, aconsejando, estuvo exclusivamente promovido por las necesidades de salvar a la Iglesia y a las almas”.
En fin, pedimos al Señor que los hombres deseen ver la luz y la verdad.